Adolfo Mazariegos

Hace algún tiempo (no recuerdo exactamente cuándo) escuché decir a alguien que, en Guatemala, uno de los sectores que solían (suelen) hacer mejor las cosas, es el sector de la cultura, vista esta (la cultura) como ese conjunto de actividades y acciones artísticas, literarias y educativas que, con esfuerzo y a veces a trompicones, se superan a sí mismas y por sí mismas día con día. La cultura, vista desde ese punto de vista, indudablemente incluye también algunas costumbres, disciplinas y tradiciones que usualmente enriquecen el acervo de un país (dispénsese la poca profundidad y la poca cientificidad en la definición del término “Cultura”, término mucho más amplio y con otras distintas connotaciones según los entendidos en la materia). En ese sentido, una de las ramas que usualmente se asocia o se vincula directamente casi en primera instancia al concepto de cultura es la literatura, que en Guatemala tiene índices bastante bajos de difusión y apoyo, y sobre todo de consumidores (lectores), a pesar de que se cuenta con un Premio Nobel y con otros tantos fabulosos escritores que van desde un Monteforte Toledo, pasando por Augusto Monterroso (y su pequeño gran “Dinosaurio”) y llegando hasta grandes de la actualidad como Rey Rosa, Halfon, Guinea Diez, Dante Liano, Arturo Arias y otros tantos destacados autores cuyos nombres sería largo de enumerar en estas pocas líneas pero a quienes reconozco aquí su gran trabajo (y sin mencionar por supuesto a los que pueden considerarse ya como clásicos de las letras nacionales). En Guatemala se lee poco, todos lo sabemos, y aunque no es un problema exclusivo de este país, si es un asunto en el que todos podemos poner un granito de arena en función de ir mermando esa falencia cuyo culpable (en gran medida), es un sistema educativo deficiente y anacrónico al que pareciera que nadie o muy pocos quieren prestarle verdadera atención. No he tenido la oportunidad de acercarme a FILGUA este año (pero seguramente por allí estaré antes de que finalice), y, aunque nadie me lo ha pedido ni he podido ver aún el programa general de actividades de esta edición (del 16 al 26 de julio, en el Parque de la Industria), me permito invitar a quienes tengan el deseo y la posibilidad de asistir aunque sea un momento, para que no dejen de darse una vuelta por la Feria del Libro, ya que además de que puede servirnos como desintoxicante momentáneo de todos aquellos problemas que actualmente vive Guatemala, puede hacernos contar como parte de los que ponen ese granito de arena para motivar y propiciar la lectura, tan importante para el desarrollo de la cultura y la educación, sobre todo en los niños y jóvenes que serán quienes dirijan este país el día de mañana. No está de más pensar en que, mientras mejor educados y preparados estén, mejores ciudadanos podrán ser cuando les toque estar al frente. La lectura, puede ser una herramienta valiosa en ello.

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