Marco Tulio Trejo Paiz

Existe en nuestro país toda una sarta de partidos políticos que son sólo electoreros, ya que después de cada evento comicial languidecen, agonizan y se van al limbo. Les adjudican unos nombrecitos hilarantes, y casi todos nacen y mueren al rato…

Es un gran rosario de entes, difícil mencionar sus nombres. Vociferan diciendo amar a la patria y a la democracia vomitando pura demagogia…Ya nadie está viendo con simpatía al desprestigiado partidismo, sino dándole las espaldas con repudio.

Ser realmente político (no politiquero) equivale a ser ciudadano-que se ha superado cívicamente; ser apto para ocupar cualquier posición de gobierno; haber sido preparado como estadista; diferente es el politiquero o enfermizo politiquiento, como llaman despectivamente a los arribistas, empleómanos del partidismo que poco o nada positivo y patriótico hacen en el aparato estatal en beneficio del pueblo.

Por estar en duro combate la masa popular, contra los funcionarios públicos corrompidos que se han apropiado de muchas millonadas de los contribuyentes, ha llegado la hora de cambiar hasta arribar a buen destino.

Deben ser puestos en su lugar no sólo los de la famosa SAT sino, asimismo, los demás individuos que prácticamente han generalizado la corruptela a todo nivel de carácter nacional.

Los burócratas que despluman a la gallina de los huevos de oro, se han dedicado (salvando pocas excepciones) a meter manos sucias en las arcas nacionales. Por ejemplo, el Congreso se ha convertido en nido de aprovechados, a más no poder, del tesoro del pueblo; lo mismo puede decirse de los que escalan los más altos peldaños de la escalera, amillonándose en el disputado guayabal…

Pobre nuestra Guatemala; la han saqueado los carirraídos dignos de ir a vegetar a Pavón o al Infiernito, algunos arrepentidos hasta de haber nacido.

Felicítense aquí las criaturas siniestras, porque la ley no es draconiana: no preceptúa condenas a cadena perpetua como en Suiza; la aplicada a Erwin Sperisen, acusado de haber disparado en Pavón (¿no sólo él?) a unos “angelitos inocentes”, comenta malhumorado mi buen amigo Juan Pueblo.

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