Luis Enrique Pérez
La ciencia de la lógica suele definir un razonamiento en estos términos: el proceso por el cual un juicio denominado “conclusión”, es deducido necesariamente de otro u otros juicios, denominados “premisas”. La falacia es un razonamiento no válido. Esta invalidez consiste en que la conclusión no necesariamente se deduce de las premisas. En Guatemala, sobre impuestos, destacan tres falacias.
Primera falacia: “el gobierno no tiene dinero para gastar más. Por consiguiente, el gobierno debe aumentar los impuestos.” La conclusión no necesariamente se deduce de las premisas; pues sería igualmente permisible deducir que, si el gobierno no tiene dinero para gastar más, entonces no debe gastar más.
En general, ¿quién no quiere gastar más? Una diferencia entre un ciudadano y el gobierno consiste en que el ciudadano que quiere gastar más, tiene que generar más recursos, por medio, por ejemplo, del trabajo o del capital; pero el gobierno solo tiene que expropiar, por medio de impuestos, más patrimonio privado. El gobierno que, para financiar un gasto mayor, incrementa los impuestos, se parece a un ladrón que razonara de esta manera: “ya no tengo dinero para gastar más. Por consiguiente, debo robar más.”
Segunda falacia: “en Guatemala se pagan menos impuestos que en otros países igualmente subdesarrollados. Por consiguiente, Guatemala tiene que aumentar los impuestos.” Esta falacia se denuncia más lúcidamente si imaginamos que un ciudadano pretende razonar, con igual validez, así: «Hay países subdesarrollados que expropian, por medio de impuestos, más patrimonio privado que el que se expropia en Guatemala. Por consiguiente, esos países tienen que expropiar, por medio de impuestos, menos patrimonio privado.»
Tercera falacia: “los ciudadanos de los países desarrollados pagan más impuestos que los ciudadanos de los países subdesarrollados. Por consiguiente, los países subdesarrollados se convertirán en países desarrollados si sus ciudadanos pagan más impuestos.” Hagamos una piadosa disección de esta falacia.
Uno puede deducir lícitamente que si un animal es perro, entonces es mamífero. Empero, uno no puede deducir, con igual licitud lógica, que si un animal es mamífero, entonces es perro; pues también podría ser canguro o ratón. Tampoco puede uno deducir que, puesto que los ricos gastan más que los pobres, entonces, para dejar de ser pobre, hay que gastar como rico. Es decir, si A (por ejemplo, ser perro) implica ser B (por ejemplo, ser mamífero), no necesariamente se deduce que B (es decir, ser mamífero) implica A (es decir, ser perro).
En términos similares, del hecho de que en los países desarrollados se paguen más impuestos, no se deduce que pagar más impuestos implica desarrollarse más. En efecto, en los países desarrollados hay, por definición, una mayor productividad económica, que genera riqueza suficiente para soportar más impuestos.
Con otros términos, en un país desarrollado el gobierno puede cobrar más impuestos porque se ha generado riqueza suficiente para que los ciudadanos los paguen, aun si el gobierno los gasta tan improductivamente como quiera y pueda. Como dijo K. T. Li, Ministro de Finanzas de Taiwán, en la década de 1974: «sólo cuando aumenta la prosperidad de una nación, la gente puede permitirse el lujo de pagar más impuestos.»
Empero, no siempre los ciudadanos de los países desarrollados aceptan tan plácidamente un incremento de impuestos. En febrero de 1979, el periódico “The Wall Street Journal” publicó un artículo de Melvyn B. Krauss, denominado «La rebelión sueca contra los impuestos». Los suecos se resistían a pagar más impuestos. Roger Le Roy Miller y Raburn M. Williams, en «La economía de los tópicos nacionales», tratan sobre una rebelión fiscal en Estados Unidos de América, en el año 1969, cuyo producto final fue una reducción de impuestos.
Post scriptum. En general, no hay ni relación ni correlación entre elevado desarrollo económico y elevados impuestos.