Eduardo Blandón

El deseo de permanecer eternamente en los puestos de elección popular, el Estado debe regularlo impidiendo que los políticos se enquisten e impidan aire fresco en el interior de las instituciones. Es inadmisible que en el Congreso, por ejemplo, haya repetición “ad infinitum” de algunos personajes que lejos de ser beneficiosos para el país son una rémora difícil de arrancar.

Dos períodos serían suficientes para laborar desde un ente de gobierno (me refiero a los de elección popular). Ninguno es imprescindible. No es cierto que “si son buenos, deben continuar”. En primer lugar, porque la evidencia no nos ha indicado en la mayoría de los casos que los haya habido –esos buenos de verdad-. Y, luego, porque los que han hecho la excepción, después de dos períodos se acomodan y se vuelven insulsos.

Ese deseo inmenso de querer permanecer en el Congreso de la República, per secula seculorum, solo puede interpretarse como la consideración de esa institución como una agencia de empleo. Mueren por reelegirse por las ventajas económicas que representa el oficio político. No por deseos auténticos de ayuda a los desfavorecidos (de hecho, la mayor parte de ellos son holgazanes y poco productivos), sino por alcanzar fortuna.

Los hechos lo demuestran. La mayor parte de los que pasan por el Congreso de la República (y son todavía muy modesto en decirlo), incrementan su fortuna de manera milagrosa. Y cuando un novato prueba las mieles del poder, las maravillas de la varita mágica congresil, no quiere sino repetir el hecho portentoso.

Muchos sabemos, sin embargo, que la fortuna que produce ese ente no tiene nada de “milagroso”. Nada más burdo, ordinario y profano que el Congreso. El dinero llueve en virtud de triquiñuelas y aprobación de leyes a menudo financiadas por empresas privadas desvergonzadas e hipócritas. Esa es la causa que seduce la voluntad de los políticos.

Por si fuera poco, llegan algunos al descaro –la desvergüenza- de solicitar que el Estado los indemnice por “los años de trabajo prestado”. Eso fue lo que promovió secreta y públicamente hace algún tiempo, por ejemplo, uno de los más ancianos políticos del Congreso, Arístides Crespo. Todo lo cual demuestra, las ambiciones pecuniarias de los Padres de la Patria.

Tanta ramplonería justifica una reforma del Estado para impedir que algunos continúen aprovechándose del erario público. Es urgente que el pueblo presione para construir un país diferente.

 

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