Juan de Dios Rojas

Perviven aun malas costumbres, heredadas de generación en generación, respecto al relativo desarrollo y modernidad del ambiente capitalino. Conforma sin temor a dudas, una situación controversial, cuando el imparable reloj del tiempo marca horas tras horas, un balance o simple análisis que lo dibuja de cuerpo entero, creando por consiguiente grandes expectativas.

Apuesto que las mismas en modo alguno son verdaderas minucias, ahora cuando el país, con la ciudad capital a la cabeza está agobiado de enorme problemática. Sea esta de naturaleza violenta, delincuencial, de orden tremendo socioeconómico. Crímenes horrendos día a día, enfrentamientos y, además, extorciones causadas imponente por pandilleros extendidos dondequiera.

Por ejemplo: la basura generada por el desmesurado crecimiento poblacional y su debido control y tratamiento, es una asignatura pendiente de recuperación del Ayuntamiento: Acciones tendentes a mejorar el urbanismo de sectores privilegiados del centro son observables. Sin embargo, el resto continúa al margen. Pero el censurable hecho de arrojarla a la vía pública sigue.

También merece el repudio y clamor por los consejos familiares fallidos y del sistema escolar. Desde pretéritos tiempos viene notándose que cualquier reparación de aceras, o bien el ingreso principal de la vivienda, por mero fastidio e irrespeto a la propiedad privada, cuando el material está fresco suelen los malandrines dejar marcada la suela del zapato, iniciales, etc.

Aspiración de legítimo aporte al mejoramiento urbanístico encuentra la reacción de manos anónimas, por egoísmo, maldad de notorio y tendencia al pintarrajeo. Representa con todas sus letras claras, muestras furibundas de un criterio antisocial: el prurito del deterioro antisocial que ejecutan a cualquier hora del día o de la noche, lamentablemente.

¿Por qué la emprenden inclusive en contra de los arbolitos sembrados en el arriate central y algunas aceras? Son los pulmones de la urbe chapina, proveedores de una mejor imagen, como la necesaria e indispensable oxigenación, defensores tenaces que evitan la enorme contaminación, derivada del desmesurado parque vehicular, que está apoderado de calles y avenidas totalmente.

Si los encargados de la reforestación exhiben menosprecio, los vecinos citadinos muy tranquilamente, pues se dan a la ingrata y salvaje tarea visualizada fácilmente. Tratan pronto da arrancarlos, quebrar sus ramillas cada vez más y más. Sin desestimar que también arrancan hasta desaparecerlos del mapa estos arbolitos, fruto del esfuerzo, cooperación y actitudes positivas.

Además, no dejo en el tintero la pésima mala costumbre que tienen seguidores desvergonzados. El tristemente célebre consistente en sonar el timbre de las viviendas, día y noche, incluso de madrugada ¡qué canallada! Asimismo, tocar simplemente con los nudillos de la mano; al morador del inmueble ahí se las den todas, sin falta; en tanto se ponen la da Villadiego los pícaros.

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