Eduardo Villatoro

Sólo un redomado ingenuo podría ignorar la magnitud de los negocios que se traman en el Congreso de la República desde hace lustros, a espaldas de primarias normas éticas, morales y cívicas; pero no había forma que los guatemaltecos despertaran de su letargo, haciéndose los desentendidos y aceptando con resignación o percibiendo con depravada indiferencia el ominoso comportamiento de los diputados, que gradualmente le fueron tomando medida a la negligencia y pasividad de los compatriotas, para que la magnitud de sus depravadas transacciones cada vez fueran más descaradas y cínicas.

De esa cuenta, los votantes sabían a qué atenerse cada cuatro años cuando acudían presurosos y ansiosos a depositar sus sufragios no sólo por los candidatos del binomio presidencial, sino a favor de aspirantes a estrenar una curul o a reelegirse por tercera, cuarta o quinta ocasión en su notoria incapacidad legislativa, pero visible rapacidad de enriquecimiento ilícito, ante la vista de supuestos electores, muchos de los cuales no ocultaban su asombro y hasta admiración por la manera como individuos analfabetas o ilustrados emergían súbitamente de la pobreza, para derivar en sujetos que ostentaban sus recientes bienes, incluyendo vehículos, residencias, casas de campo y cuentas bancarias.

El otrora recinto en el que brillaron legisladores que se destacaron por su fluida oratoria, su talento académico y, fundamentalmente, su comprobada honestidad, especialmente durante el período de los 10 años de la Primavera Democrática, incluyendo a representantes oficialistas y a parlamentarios de la oposición, indistintamente, se fue convirtiendo inicialmente en un ambiente de pocas luces en el que comenzaron a realizarse negociaciones ajenas a la actividad parlamentaria, hasta derivar en una plaza mercantil en el que la compra venta de voluntades, grises conciencias y desmedidas ambiciones se despojó de cualquier gramo de decencia a un Organismo del Estado que se desnudó del ropaje de pudor.

Pero los incautos guatemaltecos persistían en acudir a votar, a sabiendas que la pestilencia de la porqueriza se extendía sin el menor rubor. El Congreso mudado en antro de delincuentes.

Finalmente, pudo más la desesperación, la rabia, el encono y la mancillada dignidad de los capitalinos, agobiados de ser objeto de múltiples fraudes y engaños, que se rebelaron y optaron por la protesta pacífica, expresada con firmeza, para descargar su ira hacia los que habían depositado su confianza hace tres años y medio, abrigados con las acciones que contra la insolente corrupción la han emprendido la CICIG y el Ministerio Público, con los resultados que usted conoce, y confiando en que avanzarán hasta desarticular a esa gavilla de confabulados hampones del PP y el Lider.

No faltan bribones que amenazan con contrademandar a la Comisión contra la Impunidad y al MP, despojados de cualquier tela de mugrosa pulcritud, mientras que un cacique de Quiché, con una cuenta bancaria de Q9 millones y propietario de mansiones, aún intenta dejar sin tetas a la ubre de la que ha mamado ostentosamente, buscando reelegirse.

(El conserje Romualdo Tishudo escuchó decir a una ilustre diputada: -Soy como la sábila, babosa y con muchas propiedades).

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