John Carroll

Gran bomba mediática cayó la tarde de ayer al descubrirse la desgraciada práctica de la venta de medicinas que provienen del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social y del Ministerio de Salud. No cabe duda de que la práctica es indignante y llora sangre. De acuerdo a declaraciones de miembros de la fiscalía del Ministerio Público y del Ministro de Salud, se tiene establecido hasta el momento dos mecanismos en este mercado informal. Primero existen pacientes que lícitamente obtienen sus medicamentos del IGSS con receta porque en realidad tienen un padecimiento, pero resulta que las condiciones de vida de estas personas son tan malas que muchas veces prefieren vender los medicamentos para comer que utilizarlos para curarse. Presumo que estos casos son los menos y muchos casos más deben de estar relacionados con personas que venden los medicamentos porque cuentan con otros medios para cubrir el costo de los mismos, un seguro privado por ejemplo, y sin embargo, con todo derecho porque contribuyen con sus cuotas, acuden al Instituto a adquirir la medicina y la venden. También existen los casos de estafa en los que con la complicidad de médicos consiguen recetas falsas que pretenden curar padecimientos falsos y con estas recetas estafan a la institución sustrayendo y vendiendo posteriormente el medicamento.

Además de estas formas también existe el robo descarado de medicamentos en los hospitales nacionales. De hormiga le dicen, pero es más de zompopo porque son miles y miles de quetzales diarios los que se sustraen de las bodegas o farmacias del Estado. A esto hay que agregarle la corrupción en la compra de medicamentos que al amparo del sistema de compras actual permite sobrevaloraciones y otras prácticas poco ortodoxas.

Claro que llora sangre esta situación, está claro que cualquier ladrón carece de principios morales y la calidad moral de las personas que roban medicamentos que ayudan a un ser humano a sobrevivir es tan baja como la de un asesino. Pero lo que quiero resaltar en este artículo es que me parece increíble que aun sabiendo que el sistema actual propicia esos crímenes la mayoría de nosotros sigue apoyando la idea básica del estado benefactor sobre la que se sienta nuestras políticas de seguridad social. ¿Que acaso no nos hemos dado cuenta que los recursos que el sistema demanda de nosotros los tributarios están siendo subutilizados por el altísimo costo de la burocracia? ¿No serían mejor utilizados por nosotros mismos en un sistema que nos permita a nosotros tener la discrecionalidad de uso? El sistema actual pone la discrecionalidad de uso en manos de los políticos que tanto criticamos y aborrecemos ¿por qué entonces permitimos que existan leyes que nos obliguen a nosotros mismos a entregarles los recursos para salud para que los utilicen a su discreción? El Instituto Guatemalteco de Seguridad Social tiene un pecado original, la seguridad social no existe, es un abstracto. Existe la salud de Juan y de Pedro y los ahorros de Francisco y de María, personas de carne y hueso que sufren el catastrófico resultado de meternos a todos en un bolsón con enormes agujeros.

El robo de las medicinas y su posterior reventa es condenable bajo cualquier punto de vista, pero además de encausar procesos contra esos criminales necesitamos preguntarnos si no estamos siendo cómplices del sistema que permite a estos pícaros jugar con la salud de los guatemaltecos más necesitados. Es importante que evaluemos nuevas formas de contribuir a la previsión y salud de los guatemaltecos. Estará la clave en dejarles decidir ¿cómo se quieren curar y cómo quieren ahorrar?

Artículo anteriorOxi
Artículo siguienteIdeas de seis pasos II de II