Estuardo Gamalero

“No hay tiranía más cruel que la que se perpetra bajo el escudo de la ley y en nombre de la justicia”
Montesquieu

Inspirado en la Leyenda Urbana «La sexta flota y el Faro del Finisterre»… Ligeramente adaptado a la sátira chapina «El barco de la corrupción y la muralla del pueblo».

En la leyenda urbana, la voz del capitán del portaaviones más grande del mundo, ordena por radio y en medio de la niebla, al tripulante de «un objeto» que se encuentra enfrente de la enorme nave, que altere inmediatamente su curso. Luego de un breve silencio, del otro lado de la comunicación le responde una sencilla voz: «negativo, negativo, altere usted su rumbo». En completa furia y soberbia, el hombre insiste nuevamente: «escúchenme bien: soy el Capitán «Fulano de Tal», tengo a mi cargo la nave de guerra más poderosa del mundo y me siguen dos acorazados, tres fragatas, un submarino y 10 mil hombres. Tenemos un objetivo y ustedes se interponen en nuestra vía».

«Cambio: cambio. Soy José Pérez, estoy a cargo del Faro del Finisterre, no tengo idea que tan alto o grande sea, pero estoy seguro que no se puede mover, así que mejor usted cambie su rumbo antes de estrellarse contra las piedras: cambio y fuera».

En la sátira chapina, el único portaaviones que hay (con acorazados, submarinos y bastantes hombres), es el de la «Corrupción». En este país tampoco tenemos faros (hasta dónde yo recuerdo). Sin embargo, somos un pueblo que despierta cada 40 años (+ ó -) para corregir lo malo.

Cierto es, que el barco de la corrupción chapina, capitaneado por el ciego Capitán Garfio, el sordo Ali Babá y los mudos de sus cuates, ya se estrelló contra el pueblo chapín. Lo único incierto por el momento, es si el barco se hundirá o los corruptos lo podrán reparar para continuar su travesía. El modelo de la corrupción es tan poderoso, que a través del mismo sistema legal que los buenos defendemos, los malos han logrado infiltrarse en los organismos del Estado y sus instituciones. Somos una nación, en donde los funcionarios públicos honrados, idóneos y capaces, así como el Quetzal, han sido declarados especie en extinción.

La guerra del bien contra el mal, es una constante de batallas a lo largo del tiempo. Estamos siendo actores de una pelea en la cual, la defensa más poderosa es «El Pueblo», que está funcionando como muralla frente a las perversiones de los corruptos incrustados en los recursos del Estado, que han hecho de ellos una empresa inmunda e ilegal en la cual no hay socios sino clanes.

Las mafias en las que se desenvuelven los corruptos no tienen ideología. Ellas responden a intereses que subsisten y se pasan como estafeta gobierno tras gobierno: salud pública, obras e infraestructura, plazas fantasma, contrabando, evasión fiscal, concesiones, programas sociales, chantajes y nombramientos de personas incapaces y serviles de esos intereses, por citar algunos ejemplos.

La corrupción y la delincuencia no discriminan ni excluyen. La ambición, el camino fácil hacia el poder del dinero ajeno infecta a hombres y mujeres, curas, pastores, profesionales, empresarios, militares, socialistas, jóvenes, indígenas, burócratas, presidentes, ministros, diputados, jueces, vecinos, familiares e incluso menores de edad.

Importante destacar que los buenos somos más, somos mejores y que ya estamos hartos del descaro y las farsas que los corruptos ponen de manifiesto a través de sus actos cada día más notorios. El cinismo de sus declaraciones y la terquedad de aferrarse a lo ilegal, son seguramente los mayores catalizadores de esta crisis. Los corruptos creen que con sus fintas, consensos y actos de populismo podrán continuar engañando al pueblo, confrontando clases y desfalcando al Estado.

En los días venideros, los ciudadanos y los sectores organizados y productivos del país, tenemos la enorme oportunidad de poner un alto a la corrupción que se disfraza de institucionalidad. El esfuerzo lo debemos canalizar en: i) exigir la inmediata aprobación de la Reforma Electoral como la propone el TSE y no como conviene a los intereses de esos «coyotes de la misma loma»; ii) demandar urgentemente la aprobación de las leyes anticorrupción y transparencia en manos de la aplanadora del Congreso; iii) la depuración objetiva y fidedigna de las organizaciones políticas y la no inscripción de candidatos oscuros, claramente vinculados con la corrupción y el tráfico de influencias; iv) la constante presión ciudadana y mediática, a los órganos jurisdiccionales en el sentido de no prestarse a satisfacer intereses de gente mala para el país.

Guatemala necesita encontrar una luz antes del seis de septiembre (día de las elecciones). La clase política debe entender el llamado de atención que hace la realidad, más allá de las personas y un marco jurídico manipulado. Los buenos Magistrados, Diputados y Funcionarios Públicos, deben ser independientes, claros y categóricos en sus actos: cero tolerancia al servilismo y a la corrupción.

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