Isabel Pinillos
ipinillos71@gmail.com

Profunda tristeza. Indignación. Solidaridad. Son las palabras que describen lo que sentimos por la partida de Ángel Ariel Escalante, el niño de doce años que falleció el pasado sábado tras sobrevivir la caída de 125 metros desde el puente Belice.

La historia que conmovió a la población fue que Ángel prefirió ser lanzado del puente antes que ser obligado a asesinar a un piloto de taxi. Aún no existe certeza sobre los detalles de los hechos, pero es realmente trágico que un joven de esa edad se haya encontrado en esa disyuntiva. A pocas horas de salir la noticia, la figura del “Niño Héroe” empezó a circular como leyenda urbana, producto de un acto de idealismo puro, un rayo de luz dentro de la putrefacta realidad en que nos hemos acostumbrado a vivir.

Ángel tomaba sus lápices para dibujar su mundo interior, donde seguramente su familia estaba en el centro. Luis y Clarivel, sus padres, le habían enseñado a vivir bajo los principios que marcaron su corta vida; pero también dibujaba su mundo exterior. Su sueño de grande, era ser arquitecto.

Lo imagino trazando los planos de un país que tuviera sentido para él, su núcleo cercano y su comunidad. Su lápiz trazaría espacios abiertos y seguros para caminar, jugar fútbol, o descansar bajo la sombra de un árbol. Allí, los patojos podrían ejercer su niñez, sin ser atormentados por pandilleros en su vecindad. La policía actuaría con rapidez y los jueces harían justicia aplicando las leyes a todos por igual. Los niños no tendrían que pensar en ganarse los centavos, pues sus papás ganarían lo suficiente para vivir con dignidad. Las escuelas serían centros de luz, lugares de descubrimiento, en que se forjarían los ladrillos de aprendizaje que construirían el futuro. El piloto de bus, o el taxista no tendría miedo de regresar seguro a casa con su familia. Los bomberos contarían con equipo de primer orden y serían reconocidos por su heroico trabajo de salvar vidas. Los hospitales, recibirían los insumos suficientes para que al llegar un paciente, éste no tuviera que esperar veinticuatro horas para recibir algo tan elemental como oxígeno o tener que conseguir sus propias medicinas.

A pesar de que Ángel ya no está con nosotros para ayudarnos a diseñar este mundo, éste jamás podrá existir bajo las actuales reglas del juego. Es por ello que la consigna de “en estas condiciones, no queremos elecciones” cobra mayor relevancia. Después de meses del despertar ciudadano, es un insulto a la protesta social, que los cambios que propone el legislativo son apenas tímidos intentos de aplacar la demanda popular, en medio de fuertes presiones por los grupos de poder salientes y entrantes que hacen lo posible por aferrarse al status quo.

Los guatemaltecos ya no podemos seguir indiferentes ante los destinos de nuestro país. Exigiremos que las reformas sigan hasta que sean relevantes. No aceptaremos partidos sin planes de gobierno ni candidatos con pasados cuestionados. El TSE deberá sancionar a los partidos que incumplan con las actuales leyes electorales hasta llegar a las últimas consecuencias. Si después de peinar todo el sistema corrupto nos quedamos sin nada y tenemos que comenzar con una página en blanco, que así sea. Sólo así podrá diseñarse el mundo de Ángel, para que su muerte no haya sido en vano.

Alguien propuso renombrar el puente de Belice en honor a Ángel Escalante. Me parece una iniciativa muy apropiada para rendirle un homenaje al ángel que quería ser arquitecto, pero además será un constante recordatorio del momento en que Guatemala dijo ya no más, y decidió construir su futuro.

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