Eduardo Villatoro

Tengo la impresión que fue a mediados de marzo pasado cuando la entonces vicepresidente Roxana Baldetti, juntamente con extraordinarios científico-empresarios de Brasil descubrieron una fórmula maravillosa, sobresaliente y ajena a los cánones ortodoxos de la ciencia, que consistía en un inédito líquido que son sólo rociarlo sobre las aguas contaminadas de Amatitlán, se podría rescatar de su inminente desaparición a ese otrora bello lago.

Ese hallazgo causó la admiración y el sobresalto de grupos políticos afines al gobierno del señor Pérez, aunque también provocó el hazmerreir de la mayoría de los guatemaltecos sensatos, porque no podían darle crédito a que, como se reveló más tarde, una porción de agua salada pudiera resolver de pronto un problema tan complejo, que ni los más reputados ambientalistas, sanitaristas y otros profesionales dedicados a sanear esa cuenca habían podido superar, porque los sucesivos gobiernos centrales y municipales se habían limitado a enfocar los efectos, sin ahondar en las causas, tales como que el lago se había convertido en depósito de aguas negras de todos los poblados de la comarca y de los desechos de los cientos de fábricas agroindustriales, para decirlo someramente.

Por más críticas severas, profundas y hasta humorísticas que se lanzaron contra el gobierno, los intocables funcionarios que ejercían el poder, se hicieron los desentendidos y no le concedieron importancia a los señalamientos de corrupción en la contratación de la firma sudamericana que había concebido la ridícula idea, por un monto superior a los Q125 millones, aproximadamente, y de los cuales aún adeuda unos 18 miserables millones.

La entonces exótica vedete compañera del señor Pérez Molina surcó las aguas en proceso de saneamiento y ante la prensa le dio una olfateadita a un poco de agua que acunó en una de sus primorosas manos y luego declaró con sensible altivez que la solución a la contaminación del manto acuífero era caso cerrado.

No fue hasta que intervino la comunidad científica de Guatemala, ajena a ambiciones e inclinaciones políticas interesadas en asaltar el poder, que dio a conocer que después de los estudios de rigor, que la pretendida investigación científica no era más que una patraña para embaucar a los eruditos mandatarios, ministros y secretarios de Estado y a los no menos peritos que fungen como doctos asesores de tales genios de la administración pública, que finalmente el gobernante cedió en su obcecación de desconocido indagador acuífero, para dejar sin efecto el contrato que su régimen había pactado con la empresa israelí.

Algo similar está ocurriendo en el río La Pasión, en la que dos eventos de mortandad de peces han sido denunciados por los habitantes del área, que vinculan el suceso con los monocultivos y procesadoras de palma africana, responsabilizando a la empresa REPSA de la tragedia ambiental, pero los más fervientes defensores de esta compañía son, por supuesto, el Ministro del Ambiente y sus subalternos, que fungen como empleados ad honorem de esa firma transnacional, y mientras los catastróficos efectos y sus secuelas persisten, al titular de la cartera se le ocurre integrar las ya célebres “mesas de discusión y análisis”, para seguir la huella de políticos que persiguen retrasar resoluciones que protejan los intereses nacionales.

Probablemente usted ya se enteró de la declaración de la comunidad de científicos, que incluye a estudiosos de diferentes ramas de la diversidad biológica y a universidades de Guatemala y Florida (Estados Unidos), Puerto Rico, Mato Grosso (Brasil), Costa Rica, Martín Lutero (Alemania) South Florida (USA) e investigadores independientes, que abundan en sólidas razones científicas en su exposición, digna de atender aún por impúdicos funcionarios guatemaltecos.

(El estudiante de biología Romualdo Tishudo confía lejanamente en que al final de su período el Gobierno defienda la riqueza natural de Guatemala, para lavarse la cara, por lo menos).

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