Estuardo Gamalero C.
ajustandovelas@gmail.com

“El buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretende hacerse superior a las leyes” Marco Tulio Cicerón.

En los últimos meses, hemos estado en un ir y venir de ideas y argumentos, respecto de si es bueno, viable, conveniente y legal, que se prorroguen las elecciones con la intención que algunas reformas a Ley Electoral puedan implementarse y de esa manera filtrar el actual escenario político-electoral.

Me atrevo a decir que la enorme mayoría entendemos y estamos convencidos que es indispensable mejorar la legislación electoral. En lo que existen diferencias, es en relación a cuándo pueden y deben empezar a regir dichas reformas. Desde la óptica pura de la ciudadanía, reconozco y entiendo que es un absurdo entrar en un proceso de elecciones que anticipa resultados iguales o peores a los de procesos anteriores. Sin embargo, en el contexto institucional hicimos el juramento de siempre velar fielmente por el respeto del orden constitucional y no sólo cuando fuese políticamente conveniente.

En el contexto de esta columna, les pido que por un momento hagamos a un lado el debate que encierra el marco constitucional y pensemos: ¿Qué tal si fuese al revés?

Supongamos que fuese válida la premisa que: “los partidos políticos y sus candidatos, ofrecen a los ciudadanos (a cambio de sus votos): más trabajo, combate a la corrupción, más transparencia, menos violencia, menos discriminación, más oportunidades, más inversión y en general ofrecen enmendar los abusos de la delincuencia política. ¿No sería lógico y consecuente, que de los mismos partidos y candidatos surgiera entonces la propuesta de implementar los filtros y la normativa necesaria para extirpar de sus filas a los déspotas, corruptos y personas relacionadas con estructuras de poderes paralelos? Digo: tomando en cuenta que esta crisis tiene sus orígenes en los escándalos y abusos de las élites politiqueras.

Dicen que los hombres probos y honestos son aquellos cuyos actos son consecuencia de sus palabras, y sus discursos espejos de sus vidas.

La gran pregunta es: ¿Qué buscan los partidos políticos: ganar las elecciones o mejores generaciones?

Como ciudadano me gustaría escuchar a los candidatos en un acto de humildad genuino (y no para ganar votos), reconociendo que en sus partidos hay personas que se han aprovechado, se han equivocado y que aceptan sus responsabilidades frente a la población. De las mismas organizaciones políticas deberían salir las denuncias penales y de cuentas, en contra de los malos actores que han comprometido el nombre de las instituciones y por supuesto de los partidos.

En una democracia sana, de ellos mismos debería nacer la depuración de sus elementos, de forma que la sociedad no tenga que esperar del MP o de la CICIG, la apertura de una investigación para que el partido deba y tenga que pronunciarse como Judas.

Obviamente, respeto la presunción de inocencia y el debido proceso, así como también reconozco que estamos atravesando por situaciones y señalamientos que a todos nos sorprenden. En cualquier caso, sería interesante escuchar un candidato de los que se jactan de ser buenos y correctos, así como a una bancada de las que hacen mayoría aprobando leyes, decir: «En estas elecciones, no propondremos gente (y sus clanes) que abierta y notoriamente sabemos son pícaros; nos comprometemos a enmendar inmediatamente las leyes, que nos permitan obtener mejores resultados y una Guatemala libre de corrupción».

Los buenos políticos deben ser sinceros, no deben engañar a la población ni crear falsas expectativas, imposibles de atender en un escenario real. Asimismo, deben saber reconocer la diferencia entre las tareas importantes y las urgentes. En ese ámbito deben preferir el bien de la nación por encima del beneficio de su partido. Un político sano reconoce los límites del Poder que ostenta y nunca se olvida de quiénes se lo confirieron. Los buenos políticos buscan consensos nacionales que obedecen a principios intrínsecos al Bien común. Los malos políticos llegan a consensos internos que les permiten mantener cuotas de Poder y su representatividad obedece a los intereses de quienes les patrocinan, no a la soberanía del pueblo.

Todos cometemos errores, sin embargo algunos insisten como moscas contra un vidrio maquillando la realidad o insistiendo en ideas ilegales. Empecé con una fase de Cicerón y concluyo con otra de él, la cual estoy seguro no discrimina y ninguno escapa de ella:
“Humano es errar; pero sólo los estúpidos perseveran en el error”.

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