Eduardo Blandón

Algunos han mostrado sorpresa frente a las triquiñuelas recientemente descubiertas al diputado Pedro Muadi Menéndez. Es extraño que se sientan así cuando la tónica de los llamados “empresarios” a lo largo de la historia ha sido la misma: la de quienes llegan con arrogancia a ejercer la labor burocrática y portadores de una actitud devoradora de los bienes públicos.

Es obvio que no se puede generalizar, pero Muadi concentra en sus formas, esa petulancia tufosa insoportable de quienes se sienten superior a todos, frente a la ley, por razones económicas y/o por una falsa superioridad intelectual cuando se compara con la generalidad de la población.

No es otra cosa lo que trasluce la página del Congreso de la República, (http://www.congreso.gob.gt/perfiles.php?id=192), que lo presenta como “empresario guatemalteco. Profesional con Maestría en Administración de Empresas, egresado de la Universidad Francisco Marroquín y Licenciado en Ingeniería Química, graduado en la Universidad del Valle de Guatemala. Cursó Markteting Internacional en la Universidad de Alabama”.

Es evidente que el presumible corrupto Diputado de la República (si nos atenemos a su declaración autolaudatoria) tiene embotado el cerebro de información, pero también de carencia pasmosa de mínimos morales que lo conduciría a un comportamiento medianamente aceptable. Listo, pero imbécil moral. Lleno de maldad y amor egoísta.

Nada de eso fuera reprochable si no es porque se presenta frente a la población como niño de primera comunión. Él mismo dice en la página electrónica arriba mencionada que su “único propósito (como Diputado) es el de brindar su mejor aporte a Guatemala, tomando esta etapa de su vida para servir a la patria, instando a la población a participar activamente en un esfuerzo colectivo por renovar el país”.

¿Puede creer usted semejante superchería? Un hombre acusado de crear plazas fantasmas y haber desviado Q630 mil del salario de unos 15 guardaespaldas que, supuestamente, estaban a su servicio contratados por el Congreso. Estamos, como dije al inicio, frente a un nuevo engendro, de esos típicos empresarios de los que no podemos deshacernos. Parece una condena la nuestra.

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