Juan Antonio Mazariegos G.

En el transcurso de los últimos meses hemos conocido en Guatemala el poder de las redes sociales, su convocatoria, el poder que puede tener una tendencia en ellas, la cual es capaz de revertir campañas políticas o destituir gobernantes, promover conciencia o simplemente hacer que quien guarda silencio en persona y en la calle, se una, exponga su opinión y sumada a la de otros muchos concentre fuerza, forme una voz común y genere que el poder, tal y como lo conocemos hasta hoy, se resienta, le tema y busque darle tranquilidad a esa red social que clama, en el caso de nuestro País, en contra de la impunidad y la corrupción.

Tal y como sucedió en Túnez o Egipto en la denominada primavera árabe o en las multitudinarias manifestaciones estudiantiles que agitaron Hong Kong, las redes sociales se han constituido en la tribuna en donde el pueblo se expresa y participa, en ella, las voces que por muchos años no se escucharon en ningún otro foro y encontraron un vehículo que no se puede acallar o cuando menos no con cierta dificultad.

Usualmente no valoramos la importancia de la tecnología y la libertad de disfrutarla, sin embargo, desde varios días me encuentro viajando por la República Popular China, recorriendo varias ciudades en distintas reuniones de trabajo y estos viajes me han llevado a salir y entrar de China hacia Hong Kong, único territorio de ese País en donde es posible acceder a los buscadores usuales que utilizamos en occidente como Google o Yahoo, redes sociales básicas como Facebook e Instagram o a los diarios del mundo que pueden traer noticias que no necesariamente gusten al gobierno que limite su difusión.

La ausencia de esa comunicación limita la posibilidad de tener conciencia de la situación del País y congela la participación del individuo de cara a su entorno, ya no solo social sino también político pues en esas redes se maneja la política de hoy. Buena o mala, la información que generan las redes sociales se ha convertido en indispensable para cualquier persona que pueda tener un interés más allá de su círculo social inmediato y el no tenerla a disposición permite comprender la importancia y la suerte de gozar de ella sin más limitación que el acceso tecnológico a la misma.

A partir de esa realidad y de estar expuesto a unos cuantos días sin ese acceso, entiendo que la democracia se vivirá de ahora en adelante en el lugar en donde todos nos encontramos, discutimos y opinamos, la red es el nuevo vehículo de la democracia y el permitir el acceso de todos a la misma debe de ser un derecho del individuo y una obligación del Estado para que nadie se quede sin participar.

 

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