Eduardo Villatoro
La tragedia ecológica ocurrida en el río La Pasión no ha despertado una minúscula oleada de indignación de los guatemaltecos, porque si le son indiferentes todas las causas y efectos del cambio climático, como lo he comprobado a lo largo de más de 10 años que he estado insistiendo en este espacio sobre el calentamiento global y lo que podemos contribuir como individuos y comunidad, menos se van a interesar por los daños causados en la fauna, flora y los propios compatriotas que sufren las consecuencias de empresas que en su afán de enriquecerse no reparan en los serios perjuicios que provocan al entorno ambiental en el lejano Petén.
Una de las pocas excepciones en este asunto que a mí me interesa especialmente, porque me considero defensor de la naturaleza, es el científico e investigador Rafael Eduardo Barrios Flores, quien me escribió en torno a los daños que provoca el aceite de palma.
No lo interrumpiré más que para su texto se adapte al espacio que cuento: El presente documento demuestra los efectos económicos derivados de la siembra de palma africana por el cambio en la tenencia y uso del suelo. Se realiza una evaluación de la sostenibilidad social y económica, el comportamiento en la concentración de la propiedad de la tierra, además de otros daños y su incidencia ambiental.
Una de las grandes consecuencias de estas grandes unidades de producción agrícola es el empobrecimiento de la biodiversidad vegetal y animal, y desde el punto de vista de la sostenibilidad ambiental, el monocultivo altera los ecosistemas en la medida en que arrasa bosques para dedicarlos a un único cultivo, afectando la fauna y la flora nativas, y algunas tierras actualmente dedicadas a la producción de alimentos se ven reorientadas hacia la producción de la palma africana, para la producción de biocombustibles, lo que pone en peligro la seguridad de la población en general.
Para la introducción de las nuevas plantaciones se utilizan zonas de bosque húmedo tropical, que son arrasadas, fertilizadas, plantadas y rociadas de continuo con potentes herbicidas que, junto a los fertilizantes químicos, pasan el suelo contaminando las fuentes de agua. El desplazamiento de las poblaciones autóctonas es forzoso e irrisoriamente compensado, fuera de la construcción de embalses para la irrigación, con sus nefastas consecuencias para las poblaciones.
Resumidamente, los estudios en varios continentes demuestran que existen daños enormes para el ambiente por la utilización de abonos, la destrucción de bosques y los efectos habituales de la monocultura productivista.
El doctor Barrios Flores abunda en argumentos como el empobrecimiento de la biodiversidad vegetal y animal, pero subraya que los aceites de palma y de coco son más peligrosos que las grasas animales por su alta concentración saturadas que los aceites de oliva y girasol, muy usados en Guatemala.
Pero si el aceite de palma es malo para la salud de los seres humanos, es aún peor para la salud del planeta: la selva tropical está desapareciendo en el mundo, para instalar sobre desolados campos gigantescas plantaciones de palma africana. Este aceite procedente de la deforestación se vende a corporaciones multinacionales como Univer, Nestlé y Procter & Gamble y a otras grandes marcas de alimentación, cosmética y de biocombustibles, de acuerdo con denuncias planteadas por Greenpeace.
Como lo señala “Ecologistas en Acción” más de 200 organizaciones ambientalistas, movimientos y redes sociales han denunciado el peligro que constituye para toda la humanidad las grandes multinacionales que se dedican a la producción industrial de palma en los países tropicales; sin embargo, el posicionamiento frente a esas poderosas agroindustrias es extremadamente peligroso.
Hasta aquí puedo sintetizar el valioso aporte del Dr. Barrios.
(El erudito Romualdo Tishudo cita a Jiddu Krishnamurti: – No esa saludable estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma).