Luis Enrique Pérez

Hay tres creencias sobre las causas de la prosperidad económica tan difundidas, que han adquirido ya una ilícita popularidad, que les confiere una arrogante apariencia de profunda sabiduría, tan profunda, que otorga permiso para ser dogmático, y autoridad para no ser escéptico. Empero, la popularidad de una creencia no es una prueba de su verdad, y la aparente profundidad de la sabiduría puede ser real superficialidad de la ignorancia. Precisamente las tres creencias son falsas, y también engendros notables de superficial ignorancia, en particular porque suponen una ficticia relación de causa y efecto.

Una primera creencia falsa es que altos impuestos son causa de prosperidad económica. Aquello que la historia universal muestra es que, en algunas de las naciones más prósperas del mundo, los impuestos han llegado a ser extraordinariamente altos; pero este fenómeno no implica que los altos impuestos hayan sido causa de prosperidad, sino que bajos impuestos habían fomentado ya una prosperidad suficiente para soportar los altos impuestos. Empero, estos altos impuestos han obstruido una mayor prosperidad hasta un grado tal, que ha sido necesario rebajarlos. La rebaja no ha sido voluntaria, sino obligada, porque si persistían los altos impuestos, se imposibilitaba esa mayor prosperidad; y observamos que algunas de las naciones más ricas hasta compitieron por rebajar impuestos. No es necesario acudir a la historia para demostrar que la creencia en que los altos impuestos son causa de prosperidad, es falsa. Solo hay que razonar y, en particular, acudir a una “reductio ad absurdum”, de esta manera: si fuera verdad que altos impuestos son causa de prosperidad, entonces impuestos infinitamente altos serían causa de infinita prosperidad.

Una segunda creencia falsa es que la redistribución oficial de la riqueza es causa de prosperidad económica de aquellos ciudadanos que son más pobres. Aludo a esa redistribución que consiste en crear altos impuestos destinados a obtener una porción mayor del patrimonio de los más ricos, para repartirlo entre los más pobres, mediante el gasto público. Ocurre el fenómeno opuesto, es decir, un mayor despojo tributario de la riqueza de los más ricos reduce el incentivo de creación de riqueza adicional, que es la única que puede posibilitar que los pobres sean menos pobres. Por segunda vez acudamos a la razón: si la redistribución oficial de la riqueza fuera causa de prosperidad, entonces habría que aumentar infinitamente los impuestos sobre la riqueza, para lograr una infinita prosperidad de los más pobres.

Una tercera creencia falsa es que, en una sociedad, la causa de que todos los ciudadanos sean prósperos es la igualdad de riqueza. La prosperidad económica no implica igualdad, sino incremento constante de la riqueza de la mayoría de la población. Aquello que importa es, pues, que cada vez haya menos pobreza o que cada vez haya más riqueza, y no que cada vez haya más igualdad. Hasta ocurre que más desigualdad es causa de más riqueza, porque tal desigualdad es producto de permitir que quienes son más aptos para crear riqueza empleen, con espléndida plenitud, esa preciosa mayor aptitud, y generen así nuevas oportunidades de prosperidad general. Por tercera vez acudamos a la razón: si la igualdad de riqueza fuera causa de prosperidad general, habría que procurar una infinita igualdad para lograr una infinita prosperidad general.

Post scriptum. En los países pobres, la falsa creencia de los gobernantes en que los altos impuestos, o la redistribución oficial de la riqueza, o la igualdad de riqueza, son causa de la prosperidad económica, ha sido uno de los más absurdos obstáculos que han impedido esa prosperidad. Una misteriosa obstinación por la falsedad ha sido más poderosa que la evidente verdad que brota fecunda de la historia económica de las naciones.

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