Vivimos tiempos turbulentos en los que estamos recibiendo sorpresas casi a diario, si sorpresa se le puede llamar a los casos de corrupción que todos hemos sabido que nos agobian y perjudican, pero que durante años soportamos con paciencia franciscana. Gracias a la labor de la CICIG que ha empujado al Ministerio Público, se ha explicitado cómo funciona la cosa y la forma en que nos han sangrado a diestra y siniestra prácticamente desde el inicio de la apertura democrática cuando los politiqueros acomodaron las reglas de juego para que les sirvieran de parapeto constitucional para hacer micos y pericos.
Todos hemos sabido cuán profunda es la corrupción, pero apenas si nos hemos indignado cuando alguien que carece de lo que llaman «alcurnia» roba, pero cuando ha sido algún canchito o alguien de los que conocemos como de pisto, nos hemos hecho babosos porque pensamos que lo que hacen son negocios y que no son trinquetes tan burdos. Al fin y al cabo han contado con distinguidas asesorías para crear fideicomisos o para determinar cómo jugarle la vuelta a la Constitución a la hora de privatizar empresas para no tener que pasar ni siquiera por el visto bueno del corrupto Congreso para no salpicar ni siquiera a los diputados con el jugoso negocio de la venta de los activos.
Si el ladrón ha sido alguien «fuerano» o de la Primero de Julio nuestra paciencia se colma inmediatamente, pero cuando ha sido alguien de las zonas residenciales mostramos nuestra más patética característica de sometimiento y docilidad. Tenemos que entender que lo mismo da que robe un encopetado o un «shumo», como se dice tan corrientemente, puesto que al fin y al cabo el daño al pueblo es igual. Es más, sostenemos que los encopetados han robado mucho más, con más mentalidad mercantil y sigilo legal por la asesoría que compran que los que tenemos en el imaginario como los más destacados ladrones.
Pero tenemos que entender que todas estas sorpresas que recibimos son producto de que tenemos un sistema de asco; un sistema que llora sangre por las facilidades que otorga a los sinvergüenzas y por la impunidad que garantiza a los que desde el sector público o desde el sector privado se aprovechan de esas debilidades de la estructura legal y de la existencia de infinidad de bufetes y jueces de la impunidad cuya misión es garantizar que en este país quien la hace no la paga.
Necesitamos referentes de honestidad y decencia en lo público y lo privado. Gente que se atreva a denunciar y combatir al sistema por lo que significa y no porque no les han tirado pelota. Si lo hacemos, cada sorpresa diaria será un paso a la creación de una Nación distinga, digna y decente.