María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com

Las ideologías políticas, consideradas necesarias por todos, son en resumidas cuentas, conjuntos de ideas que buscan traducirse en prácticas para dar forma al sistema político y las distintas áreas que engloba. Desgraciadamente, las que se enarbolan en la actualidad fueron pensadas originalmente hace demasiado tiempo y enmarcadas en realidades muy distintas a la actual. El aferrarse a ellas y resistirse a la evolución ha dejado secuelas graves en nuestro país.
La intolerancia generada por la defensa de una ideología política determinada, tiene un efecto devastador en las sociedades. Llenan de odio, de revanchismo, destruyen la posibilidad de la empatía, del consenso, de la búsqueda del bien común.
Nos pone también en una situación en la que la existencia de una escala de grises es prácticamente imposible, si no es blanco tiene que ser negro y si cualquier conciudadano se inclina por el otro extremo de las tonalidades que se defiende se convierte inmediatamente en un enemigo.
Y es que estos cánones en lugar de acercarnos nos alejan, en lugar de plantear una solución se convierten en parte de un problema mucho más complejo que transforma a la sociedad en antagónica y a los hermanos en adversarios. Han dejado de ser instrumentos que proponen principios (en todos los ámbitos) para tornarse en armas, y en fines obsesivos (y obsoletos).
Y al final de cuentas, tras las luchas incansables, tras el ataque permanente al opuesto por parte de los representantes de las ideologías, los guatemaltecos nos unimos a uno u otro bando, sin darnos cuenta de que hasta para eso nos utilizan. A la larga no podemos dejar de observar que lo que prima son los deseos e intereses individuales, a los que la ideología sirve muy bien. Se nos olvida que existen líderes sindicales millonarios, activistas que utilizan fondos con destino social en su beneficio, empresarios millonarios de derecha que para acceder al poder levantan banderas políticas que se acercan más a la izquierda e izquierdistas que ansían el poder no para servir a la sociedad sino para vivir en las mieles que este otorga.
No quiero decir que tener un conjunto de principios que nos empuje a modificar la realidad para que esta sea mejor es un error. Me parece que es correcto vivir bajo principios determinados pero no dejar que estos se conviertan en cadenas que nos impidan flexibilizarnos y ser pragmáticos. Tampoco considero adecuado valernos de la sana diversidad de pensamientos y de ideas para atacar a los que piensan distinto, ni cerrarse a la posibilidad de construir un plan de nación a la medida de nuestras realidades a partir de la convergencia de las propuestas que puedan surgir desde los diversos ejes del espectro político.
Las ideologías son pues un arma de doble filo, sostener la nuestra con la finalidad de construir debería ser nuestro objetivo y el de aquellos que pretenden colocarse en el poder. Por el contrario, levantarla para beneficiarnos (como a todas luces y sin ninguna discreción han hecho tanto en este país) no hace más que degradarla. La apertura hacia el pragmatismo debe ser el distintivo de todos los que anhelamos cambiar el país, toda acción contraria debe hacernos dudar de la genuinidad de las intenciones de los individuos.

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