Jorge Mario Andrino Grotewold
Guatemala pareciera estar en un momento crítico de su historia. La ausencia de legitimidad de sus representantes, no sólo en el Organismo Ejecutivo, sino también en el Congreso de la República, los tribunales y cortes de justicia, así como el poder local, hacen que exista un descontento sobre la función pública en general, tachada de corrupta e ineficiente.
Por otro lado, también se carece de una ruta formal de desarrollo integral, pues los precarios esfuerzos de construcción se orientan más al mantenimiento de carreteras, pocos esfuerzos de inversión pública/privada y alguna parte a vivienda urbana, dirigida a una clase social media-alta. No se vislumbran nuevos hospitales nacionales, o centros de detención para privados de libertad, e inclusive la construcción de escuelas, que se consideran un indicador base para la medición de desarrollo. La prestación de servicios básicos como el suministro de agua o electricidad son elevados en su costo, cuando son posibles de suministrar, y siempre y cuando tenga un retorno financiero. No se invierte en drenajes pluviales o de aguas residuales, teniendo como resultado enfermedades e inundaciones. Ni pensar en plantas de tratamiento de desechos sólidos, tan indispensables para cualquier centro poblacional.
La poca inversión extranjera que ingresa, pareciera aprovecharse de las circunstancias limitativas de normas e instituciones del Estado, al buscar la exploración y explotación de recursos, tanto humanos como ambientales, dejando terribles rezagos para un futuro mediano, algo que se avizora en las comunidades rurales principalmente, aunque ya a nivel urbano también se cuestiona que el Estado no reciba las regalías que debiera por esa inversión. Económicamente el país se mantiene en un crecimiento establece, pero positivo, inclusive mayor al promedio de América latina. Sin embargo, al revisar los indicadores que mueven ese proceso económico, se identifican variables como las remesas que envían los migrantes a sus familias; la economía informal, cada vez más creciente y un subregistro que no es grato mencionar, y que no aparece en los informes internacionales o nacionales: la actividad económica producida por acciones no legales, como el contrabando o el narcotráfico. La capacidad de ahorro para una mayoría de la población es casi inexistente, y provoca que el gasto social se limite, dejando al gasto público como el aspecto más importante de movimiento económico, pero cuestionado porque se utiliza el endeudamiento nacional para reiterar ese masivo gasto, pero no se invierte en prioridades de comunidades y municipios.
La incidencia democrática pareciera fundamental para alcanzar estos niveles de desarrollo. Pero sin esa posibilidad de recambio político que se espera cada cuatro años durante las elecciones, la población se desespera y frustra. La ausencia de ofertas electorales con sentido lógico y real, hacen ver que los políticos más que conocedores, son interlocutores del populismo electoral, y que al llegar a tener cuotas de poder local o nacional, desaprovechan la oportunidad de oxigenar a la población, pues los factores de ineficiencia, desconocimiento o corrupción, afloran constantemente. No hay pues, esa confianza en que los presentes o futuros representantes del país, mejoren las condiciones de vida de las personas. Peligroso enunciado para una población desesperada y tolerante, al menos hasta el momento.
La ausencia de diálogo serio, que alcance resultados de equidad social en todo el país, hace que los conflictos rurales y urbanos sean de forma permanente en las comunidades de todo el país. Muchos reconocen ya la organización y las medidas de hecho como la única forma de presión hacia las autoridades. Bloqueos y quema de bienes públicos como alcaldías o autopatrullas son sinónimo de desesperación y un aviso grave de la ausencia de Estado en el territorio nacional.
El liderazgo nacional se ve limitado en estos días, y si la democracia no retoma nuevos aires, Guatemala puede afrontar en un futuro, no muy lejano, problemas serios de su era republicana, algo que históricamente se ha generado por la desigualdad en la que vive la población, la inseguridad manifiesta, y que incita a quienes aún tienen esperanza, a resguardarse entre sus paredes o a escapar a otro país que sí les brinde posibilidades de vivir en paz.