Fernando Mollinedo C.

Cual si fuera un privilegio, Guatemala ostenta en América Latina uno de los primeros lugares en cuanto a la actividad de corrupción organizada en el aparato estatal, mismo que se manifestó como la punta del iceberg con los casos paradigmáticos de LA RED, el IGSS y EL AGUA MÁGICA para el lago de Amatitlán.

La corrupción de los partidos políticos, ha sido el hecho de no preparar en materia ideológica a sus integrantes, quienes urgidos de lograr un empleo como premio a su participación en campaña electoral, hace que, en su apogeo político desvíen sus conductas hacia los caminos de la inmoralidad, sin ética, sin honestidad como sistema de vida; engañando para lucrar y/o mintiendo para obtener beneficios.

El esfuerzo por erradicar la corrupción durante décadas ha sido infructuoso. Hasta hoy, los ejemplos más escandalosos son aquellos que emanan de hombres y mujeres funcionarios y empleados públicos en los organismos del Estado, provenientes de todas las filiaciones políticas.

Revisando artículos que he publicado en La Hora, alusivos a las conductas y corruptelas cotidianas, las cuales al volverse frecuentes pasan desapercibidas y hasta parecen normales, pero con el tiempo degradan a los miembros de ese grupo social; vi que con la carga del tiempo transcurrido pareciera que su contenido era efímero y pasajero, pero después de tantos años –cinco, diez, quince y más – esa lectura se ubica en el contexto actual de 2015, como que hoy lo hubiera escrito, allí están: los policías ladrones, el maestro que no da clase, el jefe de compras con precios alterados y su diezmo o comisión, el político chantajista, los alcaldes ladrones y otros más.

Pasa el tiempo y la corrupción cual dinosaurio: sigue ahí; a veces nos da una tregua al inicio de las gestiones presidenciales (hombres y mujeres) que dicen ser honestos, pero luego de un par de meses se ubican con la inmoralidad, ilegalidad, negocios ilícitos y arremeten de forma frontal al saqueo del erario.

Con las reflexiones de algunos columnistas acerca de la corrupción que he leído, se deja ver el hartazgo de los electores por las conductas delictivas de los gobernantes heredadas a sus hijos-as y sus parentelas, lo cual convierte a la corrupción en generacional. Si los padres se encargaron de apartar a sus hijos del camino de la rectitud y honestidad para “transar y avanzar” si fuesen gobernantes, funcionarios o empleados, éstos así lo harán, para muestra un botón: la conducta irresponsable, inmoral e ilegal de los “juniors” en la realidad guatemalteca.

Hay padres y madres quienes desde el poder enseñan a sus hijos cómo “negociar” con sus subordinados y cómplices en las diferentes instituciones del Estado, promoviendo compras y contrataciones amañadas, convirtiéndose en testaferros. Es lamentable que jóvenes de 20 a 30 años tengan propiedades cuantiosas en el país y en el extranjero, como patrimonio propio.

¿Cuál será en la vida de estos jóvenes su límite moral y ético? si lo que aprendieron de sus padres fue el ser corruptos ¿Cómo podemos esperar un cambio generacional si esas nuevas generaciones crecen infectados con el virus de la corrupción?

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