Eduardo Villatoro

Por razones patológicas personales abandono hoy y temporalmente el tema político electoral, para enfocar un asunto aparentemente inicuo. Como en diversidad de renglones relativos a diversidad de asuntos, en Guatemala carecemos de estadísticas en torno a un tema aparentemente irrelevante, como es lo referente al consumo de agua embotellada, que desde hace aproximadamente un par de lustros se convirtió en una especie de moda, entre personas de la clase media baja hacia arriba.

Es usual observar a cualquier dama que se precie de serlo portar consigo un frasco de plástico conteniendo ese líquido inodoro, incoloro e insípido; pero si es una señora o señorita de la encantadora burguesía o que aspira a ser considerada como tal, ese envase tiene una cubierta de otro material, para distinguirla de la chusma.

Por supuesto que la feliz portadora de esa porción de agua, equivalente a un bebida gaseosa, no va a cometer la grosería de bebérsela a grandes sorbos, como cualquier agotado albañil que se rempuja varios vasos del H20 de un par de tragos, que no necesariamente lleva embotellada en su morral, sino que directamente la consume del chorro que tenga más a mano.

Desde luego que niños, jóvenes y adultos que no andan con remilgos para gastarse Q5 en una botella de agua, también la beben con frecuencia en el transcurso del día, sobre todo durante esta época de calor, y los más afortunados, entre compatriotas acomodados o con relativamente suficientes ingresos que les permiten movilizarse en sus propios vehículos, portan en el interior de sus automotores esa clase de pequeños cilindros.

Después de esa tediosa introducción les comparto que, según informes provenientes del Norte, el consumo masivo de este líquido en la modalidad aludida, contribuye a contaminar el nicho ecológico, especialmente si esos envases son desechables, además de que usted gastaría más dinero si sustituyera esas b H20otellas por agua del garrafón.

Las personas que viajan en sus vehículos portan a su lado esa clase de frascos plásticos, ignoran que el calor dentro del automotor y los mismos envases dejan filtrar químicos que producen cáncer de seno (en las mujeres) y otros tipos de esa misma enfermedad indistintamente del sexo del consumidor.

Aunque no dejen botellas en el auto de todas formas previamente han sido sometidas a temperaturas extremas en las bodegas de almacenamiento, en temperaturas que varían entre -3.3 y 29.4 grados centígrados.

Cuando esos envases son transportados por camiones las temperaturas oscilan entre 37.8 oC y 29.4 oC; mientras en la carga y descarga las temperaturas se modifican entre 7.2 oC y 37 oC, y en el trasporte a las tiendas las variaciones son entre 12.8 oC y 37.8 oC, y finalmente se ponen a la venta colocados en dispensadores refrigerados.

(El acucioso Romualdo Tishudo investigó que alrededor de 1,500 botellas de agua terminan en la basura cada segundo en el mundo, contaminando nuestro ya deteriorado medio ambiente).

Artículo anteriorSin democracia real y sin desarrollo
Artículo siguienteAgazapados para que pase la tormenta