Por Javier Estrada Tobar
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¿Nacen o se hacen? Es la pregunta que ronda por mi mente estos días. ¿Cómo nacieron, crecieron y envejecieron esos patéticos personajes que hoy se destacan en las portadas y los títulos de los periódicos por su implicación en actos de corrupción?
En las fotografías unos lucen muy preocupados cuando les capturan y otros se ríen cuando están junto a sus abogados defensores, como si no le temieran a la justicia, o más bien, como si supieran que el manto de la impunidad les va a proteger.
Sus reacciones son diversas. Unos se enojan y arremeten contra los periodistas, otros solo guardan silencio y no faltan los que dan discursos extensos, asegurando que son completamente inocentes, aunque hay pruebas suficientes para demostrar lo contrario.
En medio de esa amplia diversidad de reacciones y conductas hay un factor común entre los corruptos, que me parece importante analizar para trazar una estrategia que ayude al país a salir de este flagelo.
Aunque no hay un estudio científico que arroje información sobre la genética o la formación de los corruptos guatemaltecos, sí hay un amplio marco teórico que arroja luces sobre el comportamiento humano y que, claramente, es una herramienta muy útil para comprenderlos.
Muy probablemente ellos durmieron en cunas, tomaron su biberón, crecieron, fueron al colegio, hicieron amigos, jugaron al fútbol, celebraron sus cumpleaños, salieron de fiesta, se graduaron del colegio y estudiaron en la universidad. En fin, me atrevería a decir que muchos de esos personajes llevaron una vida como la de muchos otros guatemaltecos. ¿Qué pasó entonces? ¿En qué momento pasaron al “lado oscuro”?
A mi parecer, los corruptos se hacen. Y específicamente pienso que los problemas empiezan en el hogar, en ese lugar donde se debe recibir la enseñanza más importante, la de los valores, pero lamentablemente no siempre sucede de esa manera.
No se puede culpar directamente a los padres por las actuaciones de sus hijos. Eso me queda muy claro. Estaría fuera de lugar señalar a un hombre mayor porque su hijo, un funcionario de gobierno, recibió comisiones ilegales, traficó con sus influencias o cometió fraude.
Sin embargo, a la corrupción hay que entenderla coyunturalmente y es que se trata de una acción que deriva de comportamientos negativos como el egoísmo, que se manifiesta en las personas posesivas, materialistas, impositivas, vanidosas y superficiales.
Los padres sí que tienen mucha responsabilidad en la formación de sus hijos y creo que desde ese punto de vista no se ha comprendido el problema de la corrupción. Está bien que los niños se esfuercen en aprender matemáticas y hablen tres idiomas, pero muy importante también es que aprendan a compartir y que se les enseñen los beneficios del bienestar grupal, es decir, a pensar “en el otro”.
A usted, que le indignan los desfalcos en las instituciones públicas, que sale a manifestar con la cacerolas los sábados o que explota en las redes sociales con comentarios contra los políticos, piense si en su casa se está formando un potencial corrupto y cómo puede hacer para cambiar el rumbo de su comportamiento.
Los problemas pueden empezar desde la cuna, pero también las soluciones.