María José Cabrera Cifuentes
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En varias ocasiones me he pronunciado como una enemiga férrea del feminismo (entendido y practicado como se hace modernamente) pero eso no me impide ser consciente de las realidades que afectan a las mujeres alrededor del mundo, algunas de las que, en menor medida pero de igual forma, afectan a muchos hombres cuyas voces, por ser menos frecuente, han sido minimizadas.
Durante la semana pasada, llamó mi atención el movimiento surgido en Argentina y rápidamente difundido por otros países de América Latina “Ni Una Menos” cuya intención es pronunciarse en contra de la violencia de género (femenino), que afecta a millones de mujeres alrededor del mundo. A través de la manifestación en las calles, miles de personas se manifestaron ante la violencia ejercida sobre las mujeres, uniéndoseles personajes importantes de la vida política y social de sus países.
En mi lucha en contra de la supremacía de uno de los géneros me he tenido que topar con verdades crudas que han atenuado el sentimiento de desprecio ante las posturas tendientes a favorecer a las mujeres. Vivir en carne propia, por ejemplo, el acoso callejero y el verme atemorizada de caminar sola aunque sea una cuadra en la calle son realidades que además de incomodas se tornan frustrantes.
Más allá de las expresiones machistas que se viven día a día en la vía pública, son peor aún aquellas que se viven en casa. La violencia doméstica en cualquiera de sus expresiones sigue vejando a aquellas féminas que siendo emocionalmente incapaces soportan el maltrato de otro ser humano.
En este respecto, es importante resaltar que alrededor del mundo se le ha dado preeminencia a las expresiones físicas de la violencia, invisibilizando aquellas con efectos emocionales y psicológicos. Se ha dado importancia solamente a aquella que deja marcas visibles en el cuerpo y hecho casi imperceptible aquella cuyas cicatrices son aún más dañinas a un plazo mucho más largo y que significan la negación de la ruptura de ese círculo incesante provocado por la carencia de autoestima y seguridad, causa de la formación de agredidos y agresores.
De cualquier manera, gritar en contra del abuso y la violencia es siempre un paso importante y además necesario, pues, aunque es conocido por todos que estas situaciones son afrontadas por millones de personas, la prevalencia no merma y la conciencia no se ensancha. Especialmente me refiero a la conciencia de aquellas mujeres (y hombres) que no se atreven a poner un alto a la violencia conferida en su contra, a denunciar y a reconocerse merecedores de un trato distinto.
Se debe poner un alto al abuso hacia las mujeres pero también hacia los hombres, sin distingos, sin preferencias. La vida humana vale por la esencia de la humanidad, no por su género. Los daños físicos o psicológicos afectan en la sociedad de la misma manera.
Es necesaria la toma de acciones concretas en contra de la violencia, no me refiero con esto exclusivamente a acciones legales aunque reconozco su importancia. La educación de los padres es fundamental en este caso, la seguridad en el propio ser que brinda la familia es la herramienta invaluable para evitar la propagación de este mal cuyos efectos se extienden a todos los ámbitos de la sociedad.
Con esta breve reflexión me uno al movimiento “Ni Una(o) Menos”, pero le agrego también “Ni Una(o) Más”, Ni uno más abusado, humillado, insultado, vejado, que no le digan a Ni uno más, que no sirve, que no vale, que no puede. El reto es enorme pero la decisión personal. Dotemos a nuestra sociedad de nuevos valores, de amor propio, de seguridad, de humanidad. Quizá sea la única forma de enderezar el árbol torcido en el que Guatemala se ha convertido.