Eduardo Villatoro

En algunos momentos llego a dudar si no estoy equivocado al considerar que se deben aplazar las elecciones o, en todo caso, me limito a anular las boletas de los candidatos, especialmente porque las opciones se reducen entre los dos presidenciables que puntean las encuestas; los diputados tránsfugas, holgazanes y corruptos que buscan su reelección, y los no menos saqueadores de las arcas municipales que también se afanan por perpetuarse en las alcaldías.

Pronto retorno a la realidad, empero, mas no insistiendo en que los magistrados del Tribunal Supremo Electoral pospongan los comicios, en vista de que apegados a la Ley Electoral y de Partidos Políticos y de normas constitucionales, no tienen la autoridad legal para suspender la consulta del 6 de septiembre y ni siquiera la fuerza jurídica para que las reformas que han propuesto a la LEPP entren en vigencia en el próximo período legislativo, sino hay que esperar cuatro años más de olisquear la pestilencia que desde el Congreso contamina al más noble y generoso de los políticos (si es que usted los busca en compañía de Portillo y su candidato presidencial, elegido por la bases) y en el entendido de que los parlamentarios (de alguna manera hay que identificarlos), conociendo sus nefastos antecedentes inmediatos, convertidos de súbito en pulcros legisladores, no tomarán decisiones que atenten contra su espurio y oscuros intereses, como para promulgar enmiendas que pretenden sanear la descomposición moral, ética, cívica y política de esos mismos bribones.

Decía que pongo los pies sobre la tierra respecto a que debo insistir en que se anulen los votos cuando me entero de informaciones que enferman la salud mental de cualquier guatemalteco que vive holgada, modesta o pobremente disfrutando con prudencia o con sumas limitaciones del producto de su trabajo o empresa, por grande o pequeña que sea.

Si usted, estimado/a lector/a, no leyó el ejemplar de elPeriódico fechado el lunes anterior lo invito a que ingrese a su sitio cibernético para que conozca superficialmente a los políticos de todas las tendencias que han convertido a Guatemala en una gran vaca lechera de múltiples ubres de la cual se nutren sus familias, porque resulta que no sólo los diputados, alcaldes o funcionarios del Ejecutivo perciben sueldos por estar aplastados en sus curules o sillones ejecutivos, desde los cuales maquinan la más fácil forma de enriquecerse ilícitamente, sino que también –magnánimos que son- comparten su dicha de vivir a expensas de los contribuyentes con cónyuges o parejas sentimentales (así le dicen ahora a las queridas o los caseros), hijos, hermanos/as, sobrinos y demás parentela que ya disfrutan de percibir salarios del erario o se postulan para congresistas o alcaldes.
No tengo espacio para mencionar a toda la manada de zánganos; pero es mi deber de solitario trabajador de la palabra impresa señalar que en similares costales, aunque con diferente porquería, se ubica a diputados de los partidos Patriota, Lider, UNE, Gana, Todos y otros, con ejemplares como la novia del alcalde Pérez Leal, de Mixco; las familias Baldizón y Barquín, de Petén; la presidenciable Torres; los hermanos Quej, de Alta Verapaz; el redimido de Zacapa y su exmujer, y para darle más sabor al caldo, la vedete Emilennee Mazariegos y su esposo de turno. Hay para todos los gustos.

Es una pequeña muestra de la mercancía que nos ofrecen los partidos políticos, suficiente para que crezca nuestra repugnancia hacia quienes han convertido la función pública en sucios negocios familiares y para que cada día en lo que a mí concierne me retire lo más lejos posible de las urnas, porque ni siquiera deseo irme a chamuscar haciendo cola para anular las papeletas de los cada vez más descarados e impúdicos candidatos de la índole que sean.

(Un honorable diputado le dice a su asesor Romualdo Tishudo: -No todo es dinero en la vida; también están los cheques y los contratos).

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