Eduardo Blandón

Un imperio mafioso no se construye de la noche a la mañana.  Se edifica con el aval de personas y estructuras que permiten espacios y dan cabida al nacimiento de un ente criminal.  La famosa “Línea”, por ejemplo, no nació por generación espontánea, fue posible gracias a diversos factores que hizo que naciera lo que ahora consideramos escandaloso.

Eso no excusa a los protagonistas principales de la estructura del mal.  Solo afirmo que ese monstruo se ha alimentado (se alimenta) de ambiciones particulares en un suelo fecundo como nuestro sistema guatemalteco.  El terreno es fértil: magistrados venales, abogados del bisnes y ciudadanos con fragilidad moral cuando se trata de dinero.

Todo ello se adereza con un sistema de justicia débil, poroso y hecho (pareciera maquiavélicamente) para el robo y el atraco.  Con lo que podríamos seguir quejándonos de las estafas “per secula seculorum” si no cambiamos el estercolero que hace que prosperen las mafias.  En un sistema como el nuestro no hay espacio para la santidad, cualquier hombre de buena voluntad cae miserablemente y se embarra hasta los bigotes de caca.

Esperar la figura de un superpresidente es ingenuo.  La experiencia lo ha demostrado: no ha habido ningún gobernante desde 1986 (cuando empezó la era “dizque” democrática) que haya sobresalido por la honestidad.  No tenemos memoria de personajes sin mácula.  Solo ha habido niveles de corrupción, quiero decir, períodos más delincuenciales que otros.

Todo ello explica el cansancio de la sociedad por tanto robo.  Los escándalos cansan y los ciudadanos no soportan más el mantenimiento de tantos ladrones.  Por tanto, no más Congreso de la República lleno de pícaros, no más “clicas” organizadas para el saqueo (La Línea, por ejemplo), basta de tantos Alcaldes perpetuados para el expolio y provecho de las familias.  Hay que reestructurar eso que hoy llamamos Estado guatemalteco.

Artículo anteriorPalabras desgastadas
Artículo siguienteLa realidad se pierde en el camino