Adolfo Mazariegos

Para esta semana había pensado escribir sobre algún asunto que no tuviera relación con todo lo que actualmente está asolando a Guatemala; me pareció justo que, de alguna manera, tuviéramos un respiro y habláramos de otra cosa (aunque claro, eso no significa que se nos olvide todo lo que está ocurriendo en el país, porque tampoco sería conveniente). Sin embargo, hace unos días llegó a mis manos un artículo publicado por la BBC, titulado «Cómo una protesta pacífica cambió a un país violento», que, además de que ya le ha dado la vuelta al mundo, hizo que me diera cuenta de que a veces, es imposible abstraerse de una realidad determinada, sobre todo cuando esa realidad afecta a un conglomerado completo como es el caso de Guatemala. El artículo al cual hago referencia indica que Guatemala es uno de los países más violentos del mundo (qué triste reconocerlo, pero es verdad), asimismo indica que «en estas hermosas tierras de la marimba» (el texto entrecomillado es mío), la corrupción campea y las protestas populares usualmente llevan connotaciones violentas. No obstante, como producto de un nuevo movimiento político-social al que ya se le ha llamado «el despertar», o «la Nueva Primavera» (por citar un par de denominaciones), pareciera ser que el pueblo de Guatemala tiene intenciones de ir por otro rumbo, es decir, buscando una nueva forma de ejercer el poder que la misma ley suprema del Estado le confiere y que debiera ser una constante en el día a día de la vida ciudadana, exigiendo respuestas, transparencia, cumplimiento en el ejercicio de la función pública, y formando parte de esa fiscalización tan necesaria para que los fondos públicos (por ejemplo) lleguen a donde verdaderamente tienen que llegar. El artículo destaca también la forma como las manifestaciones (que, dicho sea de paso, se siguen dando) son llevadas a cabo, al extremo de que, inclusive la Plaza de la Constitución, ha quedado limpia después de que los manifestantes se han retirado del lugar. Ahora bien, si nos remitimos al título del artículo de la BBC, nos encontraremos con una interrogante que es preciso tomar en consideración: ¿verdaderamente el país ha cambiado?… Si es así, ¿qué pasará después? Desde mi personal punto de vista, espero que así sea, porque no es posible que los puestos de gobierno sigan siendo vistos como botines políticos utilizados únicamente con la intención de enriquecerse, cuando en realidad la razón de ser de los puestos públicos es servir a quienes forman parte de la población del Estado. Un funcionario público (incluidos el Presidente y el Vicepresidente), son empleados de los guatemaltecos, quieran o no reconocerlo, y tienen un mandato para ejercer una función pública, no una delegación de soberanía que les haga convertirse en monarcas. Por eso, si verdaderamente una manifestación pacífica cambió al país, ojalá que ese cambio sea permanente, y que se tome la conciencia de que, en ese sentido, Guatemala no puede dar más pasos hacia atrás.

Artículo anteriorEl Barcelona vuelve a la cima tras conquistar el triplete
Artículo siguienteMás que inocentes, sinvergüenzas