Oscar Clemente Marroquín
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Guatemala ha sido siempre un país con un excesivo presidencialismo y en la figura del Primer Mandatario se concentra todo lo relacionado con el poder. Por ello no extraña que la corriente ciudadana que despertó luego de los señalamientos graves de corrupción, tanto mediante el contrabando en las Aduanas y el negocio de la diálisis en el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, vaya dirigida en contra del presidente Otto Pérez Molina. Cierto es que en este gobierno se hizo evidente que el poder presidencial era compartido con la vicepresidenta Baldetti en niveles sin precedente y que ésta se logró ganar la antipatía de la gente por sus apariciones públicas burlonas, cínicas y desatinadas, lo cual hizo que fuera el primer objetivo de la depuración y que hubiera tanta algarabía el día de su renuncia.

Sin embargo, tenemos que ver que vivimos en un país donde la corrupción está regada por todos lados y en donde todas las instituciones están contaminadas profundamente. Por ello llama la atención que estén sigilosamente agazapados y operando con relativa tranquilidad y calma quienes integran otros poderes del Estado donde también se manejan las cosas con los mismos vicios. Se repara un poco en el Congreso, por ejemplo, sobre todo cuando se habla de la necesidad de reformas y a cualquiera se le pone piel de gallina cuando piensa que serían los diputados los encargados de proponer y aprobar tales reformas.

Sigilosamente están agazapados y al margen de la crisis los integrantes de un poder judicial que se estructuró como producto refinados de los tráficos de influencias que caracterizan a la corrupción. La magistrada Blanca Stalling no pudo seguir en el puesto y pidió un permiso porque su caso es en verdad paradigmático y su hijo se voló la barda, como dicen los beisboleros. Pero toda la estructura del sistema de justicia es como la estructura del Organismo Legislativo, es decir, diseñada para que responda al objetivo central del sistema que es alentar la corrupción y asegurar la impunidad.

Ni qué decir de la inoperante fiscalía contra la corrupción que ha conocido infinidad de casos por denuncias sin que haya avanzado en ninguno porque hay que decir que cuando se elige Fiscal General queda sobreentendido que puede actuar libremente en muchos campos, pero en el tema de la corrupción hay una limitante especial. Así ocurrió durante la gestión de la anterior Fiscal General y ha venido ocurriendo ahora. Pena deberían de sentir los fiscales contra la corrupción al ver lo que ha logrado la fiscalía contra la impunidad gracias al empuje de la CICIG.

Y la joya de la corona en términos de tapadera de la corrupción ha sido siempre la Contraloría de Cuentas y por ello el reincidente Contralor, que ya fue tapadera de los Colom y ahora lo es de este régimen, constituye el ejemplo más claro de cómo se puede ser parte del problema y permanecer sigilosamente al margen de la crisis porque nos hace falta tener un poco de visión periférica para darnos cuenta que son demasiados los rostros de la corrupción.

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