Inmersos, como estamos, en el tema de la necesaria reforma de fondo para combatir la corrupción y la impunidad, hemos insistido mucho en esos dos flagelos que agobian a los guatemaltecos, pero no podemos pasar por alto que desde hace también un buen número de años vinimos sufriendo la violencia que tiene estrecha relación con el tema de la impunidad porque nuestras autoridades no cumplen con sus deberes para garantizar la vida y la seguridad de los habitantes de la República.

Todos los días mueren muchas personas por hechos de violencia que generalmente quedan sin ser investigados y los criminales se salen con la suya sin complicaciones. El sistema de justicia está podrido en sus meros cimientos porque los procesos para designar a nuestros magistrados, que nombran a los jueces, está viciado por la cooptación que de las Comisiones de Postulación hicieron los grupos de poder oculto y del crimen organizado.

El sicariato se ha convertido en un oficio normal en la sociedad guatemalteca y es tanta la oferta de criminales dispuestos a matar a alguien que el valor de una ejecución es relativamente insignificante. De hecho cualquiera puede recurrir a matones para dirimir sus diferencias con otra persona. Nuestra sociedad está profundamente enferma porque hemos llegado a aceptar como práctica corriente la limpieza social y el asesinato como procedimiento ordinario y hasta bien visto por parte de la sociedad.

Revertir eso va a costar mucho porque se ha generalizado la idea de que ese infierno funciona, al menos para un buen número de los guatemaltecos. Pero tenemos que entender que tarde o temprano las cosas se vuelven contra nosotros y que todos podemos ser víctimas de la violencia porque los criminales están realmente desatados y no hay forma de ponerle freno a esa vorágine de sangre.

Por ello es que insistimos tanto en que la impunidad es un tema de fondo y que tenemos que enfrentar ese vicio con todo vigor. Por ello aquí hemos apoyado los trabajos de la Comisión Internacional contra la Impunidad porque entendemos que necesitamos ayuda seria y profesional para atacar el problema y la CICIG ha demostrado que puede ser una herramienta útil si nosotros, el pueblo, nos decidimos a hacer nuestra la tarea de romper el muro que levantaron los poderes ocultos para asegurar impunidad.

¿Qué país estamos dejando a nuestros hijos y nietos? Uno en el que la vida no vale nada, en el que hay que robar rápido y mucho porque se aplaude al pícaro que amasa fortunas y donde el criminal, de cualquier índole, se burla de la justicia.

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