Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Ayer nuestra familia sufrió el latigazo de la violencia criminal que ha enlutado a tantas otras en Guatemala. Francisco Palomo Tejeda, amigo de la infancia y esposo de mi hermana Lucrecia, fue víctima de la acción desalmada de uno de los tantos sicarios que por unos cientos de quetzales se apuntan para eliminar a cualquiera en este país de tanta sangre. El sicariato se ha vuelto uno de los “oficios” más demandados en una sociedad en la que el clima de la impunidad facilita que se recurra a asesinos por cualquier cosa o motivo.

Con Pancho nos conocimos desde niños en el Liceo Javier. El nació apenas cuatro días después que yo, puesto que nació justamente en el inicio de la segunda mitad del siglo pasado. Entramos juntos a estudiar derecho en la Landívar y al terminar el primer año nos pasamos a la San Carlos porque eso coincidió con la eliminación de los Estudios Básicos. Juntos nos inscribimos en la Escuela de Derecho de la universidad nacional y él no sólo fue un aventajado alumno, sino que además siempre se perfiló como un hombre hecho para litigar en las grandes ligas.

Pancho enamoró a mi hermana y con él iba un día cuando saludó a una patoja que me llamó la atención. Es la María Pérez, compañera de tu hermana, me dijo, por lo que moví influencias para que me la presentaran y allí surgió la relación mía con mi mujer, hace algo así como 47 años. El destino es el destino y ese día de 1968 fue determinante en mi vida, en la de mi esposa y, por supuesto, en la de nuestros seis hijos y sus familias que nos han bendecido con 14 nietos. Siempre he vivido agradecido con Pancho y hoy desde el fondo de mi corazón y en medio de un profundo dolor le repito, ¡Gracias Pancho!

Siempre he renegado de este país que construimos dejando que sean pisoteadas las leyes y permitido que cualquiera mande a matar a otro por la menor diferencia. Estoy seguro que los tipos que dispararon contra Pancho ayer, como tantos otros, no sabían ni a quien estaban ejecutando, qué pasaría con sus deudos y amigos. El dolor ajeno les importa un pepino porque para ellos es simplemente un trato, un negocio que les reporta un ingreso fácil para tanto desalmado que pulula en nuestro medio alentado por la existencia de una cultura en la que todo se puede resolver a balazos con relativa certeza de que gracias a la impunidad, no habrá consecuencia alguna.

Detesto la forma en que los guatemaltecos nos hemos ido acostumbrando a vivir en medio de esta selva. Muchas veces he criticado que reaccionamos únicamente cuando nos toca de cerca la violencia, pero permanecemos impávidos cuando la víctima es anónima para nosotros.

Hoy nos ha tocado a nosotros sufrir lo que a tantas familias en el país y es en verdad insoportable la impotencia que se siente. No hay palabras para expresar el dolor ni para tratar de consolar a mi hermana, a sus hijos, hijos políticos y nietos. Y estando fuera del país es mayor la impotencia y dificultad para expresar cuánto dolor, cuánta cólera y cuánto siento esta pérdida irreparable.

Artículo anteriorNi así me harían ir a votar
Artículo siguienteEl factor violencia