Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Nadie pudo imaginar que un sistema estructurado durante años para ponerlo al servicio de la corrupción y de los más sucios intereses se iba a desplomar de un soplido. Por el contrario, es tanto lo que está en juego y tan poderosos los grupos que se han beneficiado de la configuración perversa, que es natural que tengan que recurrir a todo lo que está en sus manos para defenderlo porque les ha permitido amasar fortunas que jamás hubieran podido soñar si había que hacerlas a base de trabajo honrado y creatividad.

Por ello es que hay una tenaz resistencia que se manifiesta sobre todo en la defensa de la institucionalidad que pregona que debemos pensar en reformas medio cosméticas que, en el mejor de los casos, servirán para dentro de cuatro años y que nos conformemos con tratar de elegir al menos peor de los candidatos o, hasta lo aceptan, que vayamos a votar nulo porque saben que aunque los nulos fueran mayoría absoluta, los que en verdad cuentan y valen son los que se emiten a favor de alguno de los candidatos. La misma ley habla de que hace falta la mitad más uno de los «votos válidos» para ganar una elección y eso demuestra que el voto nulo en realidad es un voto que no vale.

Hace muchos años que vengo diciendo en esta columna que, gane quien gane una elección irá a hacer más de lo mismo porque es la estructura del ejercicio del poder la que está podrida. La corrupción siempre ha existido, pero crece a niveles insoportables, como los que hay en Guatemala, cuando resulta que se combina con la impunidad porque esa es la combinación perfecta. Cuando el pícaro sabe que no hay castigo pierde no sólo el miedo sino hasta el decoro y por eso nuestros nuevos ricos son tan ostentosos.

Yo creo en el respeto a la Constitución y en el régimen de legalidad, pero todo eso ha saltado por la borda porque los pícaros, tanto del sector político como sus proveedores de negocios en el sector privado, hicieron de la Constitución un parapeto para defender el sistema corrupto que crearon. Y el régimen de legalidad no existe porque no tenemos ni siquiera la capacidad de sancionar a quien viola la ley.

Por eso no me preocupa tanto velar por el «orden establecido», como se acostumbraba decir cuando se quería prevenir alguna asonada, puesto que este orden establecido que tenemos es un asco. Y estoy absolutamente convencido de que si jugamos con las mismas reglas y ciframos nuestras esperanzas en que se va a elegir un «mejor Congreso» y un buen gobernante, estamos verdaderamente en la luna porque eso simple y sencillamente, no va a ocurrir. Miren desde ya las listas de candidatos a diputados y verán que no hay una que pueda presumir de ser distinta. Más de lo mismo nos producirá también, más de lo mismo.

Allá los que se sienten cómodos con el sistema, con el orden establecido, pero la ciudadanía tiene que entender que llegarán los mismos a defender sus privilegios y a continuar con sus negocios.

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