Eduardo Villatoro

Cuando consideré que ya era apropiado para mí y conveniente para el Banco de Guatemala, en el sentido de que lo que yo podría aportar para la institución durante alrededor de 15 años al frente del ahora llamado Departamento de Relaciones Institucionales ya lo había agotado y que debería dar paso a nuevas generaciones, presenté mi renuncia a la Junta Monetaria y a mis superiores jerárquicos del Banguat.
Guardo el texto por medio del cual la JM acepta mi dimisión y valora mis servicios, al igual que un diploma del Banco de Guatemala y el oficio que recibí del titular de la gerencia que, entre otros conceptos señala que se reconoce mi “don de gente y compañerismo, lealtad, capacidad y empeño” y otras frases más muy halagadoras que colmaron mi inmodestia y mi ego.
La carta la firmaba al auditor y contador público José Alejandro Arévalo, quien fungía de gerente, antes de ocupar una de las subgerencias y haber sido funcionario de la Superintendencia de Bancos, mismo que me entregó un plato simbólico y pronunció una breve alocución durante la recepción de despedida, que encabezó el entonces presidente del Banguat, el admirado economista Federico Linares.
Traigo a colación esas frases que encierran dulce ingrediente de nostalgia y egoísta dosis de vanidad, a propósito de que Arévalo fue designado Superintendente de Bancos, entre una de las raras resoluciones acertadas del presidente Pérez, como lo hizo al designar a Julio Suárez en la presidencia de la JM y del Banguat.
Mis relaciones laborales con José Alejandro son imborrables por su característica de respetar a sus subalternos al girarnos instrucciones y su sencilla conducta cuando nos solicitaba precisión y celeridad porque las circunstancias lo demandaban, y me sorprendía cualquier fin de semana, día de asueto o momentos fuera del horario oficial, para pedirme alguna información u otra colaboración mía vía telefónica desde su despacho. Era incansable.
Le seguí la huella al ser nombrado Presidente del Banco Centroamericano de Integración Económica y después Ministro de Finanzas, habiendo declinado la invitación que me hizo para laborar en esa cartera. Me extrañó que de repente ingresara a la política partidista, por no existir afinidad entre él y los políticos y haber sido elegido diputado al Congreso. Pero ha sido uno de los poquísimos legisladores que no los contagió el virus del transfuguismo ni la epidemia de la deshonestidad, cinismo, impudor y las ganancias deshonestas.
En virtud de sus antecedentes y de mantenerse firme en sus convicciones, me atrevería a conjeturar que Arévalo Alburez será fiel en el cumplimiento de sus atribuciones, sin doblegarse a los poderes ocultos, a las ambiciones desmedidas de los más codiciosos oligarcas y las exageradas exigencias de banqueros avariciosos, y ni siquiera a órdenes arbitrarias del gobernante, porque los guatemaltecos que aún guardan esperanzas, confiarán en que se apegará a los planes que se ha trazado, incluyendo la independencia de la institución que ahora encabeza con dignidad.
(Mi compadre Romualdo Tishudo me recuerda “Para preservar un amigo tres cosas son necesarias: honrarlo cuando está presente; valorarlo cuando está ausente, y asistirlo cuando lo necesite”).

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