Javier Estrada Tobar
jestrada@lahora.com.gt

Mi columna anterior, dedicada a los 43 estudiantes mexicanos desaparecidos, fue objeto de múltiples críticas en las redes sociales, principalmente porque utilicé un espacio de opinión personal para exponer un problema que aparentemente no tiene que ver con Guatemala.

Me llamó particularmente la atención la crítica de una persona que señalaba, con poca amabilidad, que a los guatemaltecos nada debe importarnos lo que pasa en México o en otros países, pues hay mucho porque indignarnos en nuestra propia tierra.

La lógica de ese crítico es que la indignación está determinada por la posición geográfica de las personas, y por ende, lo que pasa fuera de nuestras fronteras no tiene la misma importancia si se compara con lo que ocurre en Guatemala.

Siguiendo esa lógica, que a mi parecer es equívoca, la indignación debe tener una cualidad geográfica, y las fronteras, que son líneas imaginarias trazadas por la geopolítica, deben determinar lo que sienten las personas ante las injusticias y los problemas sociales.

De ser así, esa persona afirmaría que la muerte de un guatemalteco debe indignarnos más que la de un costarricense, un marroquí o un chino, simplemente porque se trata de un compatriota, y está más cerca de nosotros.

Siguiendo la misma línea, el asesinato de un capitalino debería importarnos más que un niño muerto por desnutrición de Chiquimula o una familia masacrada de Petén, simplemente porque vivimos en Ciudad de Guatemala, y deberíamos preocuparnos más por las personas que se encuentran cerca.

No puedo estar más en desacuerdo con esa forma de pensar, simple y sencillamente porque crea categorías de importancia entre los seres humanos según su ubicación geográfica, y creo firmemente que la vida de todas las personas se debe respetar por igual, sin importar su origen o su ubicación.

Esa es justamente la forma de pensamiento de quienes rechazan a los migrantes guatemaltecos y centroamericanos que llegan a Estados Unidos en calidad de indocumentados, y se piensan que por ser foráneos no tienen derechos y no merecen una oportunidad para tener acceso a la salud, educación o trabajo.

En el caso específico de Ayotzinapa, debería preocuparnos mucho que haya indicios claros de la complicidad de un estado con la desaparición de los 43 estudiantes, que según informaciones de medios, generaban incomodidad entre grupos criminales y políticos.

Retrocedamos una décadas en el tiempo, y recordamos como México se preocupó por las desapariciones que ocurrieron en Guatemala durante el conflicto armado interno, y ese país vecino exilió a cientos de guatemaltecos que se encontraban en riesgo de ser víctimas de un Estado represor.

En la Escuela de Comunicación una lección básica es que el impacto de las noticias está determinado en buena medida por la proximidad con las audiencias; es decir, que una noticia cobra relevancia cuando ocurre en el país o en la localidad donde se difunde la información.

No obstante, es imprescindible también no desvalorizar a las personas por su origen, porque eso crea una seria de prejuicios que socavan el principio de igualdad de las personas y nos deshumaniza.

Mi indignación no es geográfica, y sí es solidaria con el dolor que sufren personas de otros países.

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