Luis Enrique Pérez

Vida de cartas. En el ruinoso edificio del asilo de ancianos, el suceso más importante de su vida era recibir cartas. Vivía para leerlas. Y las leía para vivir. Y las contestaba. Eran cartas de un hijo viajero, un nieto amoroso, una hermana viuda, y un amigo tan anciano como él. Repentinamente ya no recibió cartas. Había muerto aquel antiguo compañero de escuela que, a cambio de un viejo y hasta olvidado favor, había prometido escribirle aquellas cartas.

Nombre olvidado. En un pueblo situado a excesiva distancia de grandes urbes, un juez interrogó a un hombre acusado de robar un ganso. El juez le preguntó por su nombre. “Olvidé mi nombre”, respondió el acusado; y confesó que no podía recordar un nombre propio. El juez lo absolvió pero lo interrogó así: “¿Siempre que preguntan por tu nombre, respondes que olvidaste tu nombre”? El ya absuelto acusado asintió. Entonces el juez le propuso llamarse “Olvidé Mi Nombre”. El nombre fue aceptado; pero entonces ese nombre, por ser propio, también fue olvidado.

Concurso de payasos. Payasos de circo celebraron un concurso para elegir, entre ellos mismos, al más gracioso, que sería aquel que provocara más carcajadas. Y comenzaron a actuar. Entonces fue el turno del último payaso, que era un viejo, decadente y pobre payaso. No provocó carcajada alguna, ni risa o sonrisa alguna, no obstante su heroico esfuerzo por ser gracioso. Fracasado, humillado y avergonzado, comenzó a llorar. Su llanto provocó más carcajadas que las que habían provocado los otros payasos. Fue el payaso ganador.

Suicida arrepentido. Entonces decidió suicidarse. La noche era propicia, aunque, con la esperanza de encontrar algún motivo disuasivo, paseó por las avenidas de la enorme ciudad. Le atrajo una gran sala musical, que anunciaba raras obras interpretadas por un novedoso pianista. Pronto estuvo alojado solitario en un palco. La última obra del programa comenzó a revelarle un insospechado sentido de la vida. ¡La vida era digna de ser vivida! Y ansió vivir eternamente, o quiso ser inmortal. Empero, era imposible detener el efecto del veneno mortal que minutos antes había ingerido.

Fiesta campesina. Era una fiesta de campesinos que, animados por una banda de músicos que tocaban instrumentos desafinados, bailaban en el patio, entre perros, cerdos, gallos, gallinas, patos, y ovejas. Un perico ruidoso ejecutaba peligrosas piruetas en un columpio colgado del techo de un pasillo. Un gato lo observaba, echado sobre una silla. En el amanecer, la fiesta había terminado. Algún invitado habíase quedado dormido, con la cabeza sobre una mesa. El gato dormía; y el viento de la madrugada dispersaba multitud de plumas que yacían en el suelo. Eran plumas de perico.

Secreto de Cristóbal Colón. Después de su último viaje, Cristóbal Colón le dijo a la reina Isabel de Castilla: “estoy seguro de haber descubierto un nuevo continente.” ¿Cómo no podría saberlo él, especialista en mapas y experto navegante? La reina le pidió mantener en secreto su descubrimiento, y le dijo: “Américo Vespucio debe revelar el secreto; y el nuevo continente debe llamarse América”. Colón inquirió por el motivo de la decisión. La reina le respondió: “Vespucio me prestó el dinero para que vos comprobarais aquello que él y yo ya sabíamos: había un nuevo continente.”

Post scriptum. Dos hombres se habían complacido en ofenderse. Cuando ya habían pasado de la ofensa al insulto, convinieron en un duelo con pistolas. Cada uno le pidió a Dios que le ayudara a salvar su vida y a matar al adversario. Momentos antes de que se consumara el duelo, un arcángel le preguntó a Dios: “¿A quién ayudarás?” Y Dios le respondió: “A ninguno, porque cada uno quiere el mal del otro.”

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