Juan José Narciso Chúa

Inicio mi columna en esta oportunidad con el famoso cuento de Tito Monterroso, no sólo por su belleza y profundidad, sino por su pertinencia en este momento cuando la Corte de Constitucionalidad volvió a convertirse en el dinosaurio y ahí está todavía, ahí sigue dando sus resoluciones para conseguir que en este país no cambie nada.

Para todos aquellos que aspiramos a un país distinto y a una sociedad diferente, resulta difícil asimilar los golpes que el dinosaurio del cuento de Monterroso nos sigue asestando continuamente, cuando por algún momento de ingenuidad, alguna quimera coyuntural, algún sueño iluso, creemos que podría haber una muestra de dignidad, algún atisbo de seriedad, algún resquicio de construir un legítimo Estado de Derecho, pero no, la realidad nos volvió a abofetear, para decirnos, acá no cambia nada.

Y el dinosaurio efectivamente sigue ahí, después de ese sueño a duermevela, después de esa somnolencia profunda de pensar en otras condiciones de vida para esta sociedad, el despertar resulta duro, termina en un dolor de cabeza cuando el sueño parecía reparador, concluye en un sabor amargo de boca, cuando los sueños habían sido agradables. El despertar concluye en terror al observar que ese dinosaurio, seguirá siendo nuestra peor pesadilla, puesto que el mismo se multiplica en diferentes facetas, pero todas canallas igual.

Lo peor de todo es que el dinosaurio se deja acompañar por una corte de bufones, muchos de ellos jóvenes, que se adaptan al sistema para proseguir con su permanencia absurda, sin amilanarse ante ello, pues son parte del “establishment” y es necesario que la impunidad prosiga que únicamente se juzgue a aquellos que son huérfanos de relaciones elitistas o políticas; para los de arriba existe la Corte de Constitucionalidad, su mejor aliado, su mejor referencia de jurisprudencia, su máxima expresión de justicia. Lo que los togados de la CC digan es incuestionable y es cierto, pero no por ello significa que sea legítimo, al contrario demuestra su vinculación, su representación de intereses, su pertinencia para mantener las cosas sin modificación, sin cambio.

Sin duda, ha habido una enorme pérdida para la sociedad, eso resulta lamentable, pero es mayormente condenable que los togados en lugar de generar un cambio que propiciara un cambio en el estado de cosas, destinado a recrear una justicia objetiva, imparcial y fuera de todos los intereses sectoriales, volvieron a hacer lo que han hecho en decisiones trascendentales y estratégicas para la sociedad, alinearse con los grupos de poder –élites, partidos políticos, funcionarios de turno–, para conseguir, nuevamente, que este país continúe en la senda impuesta desde la colonia por los criollos.

Los magistrados de la Corte de Constitucionalidad continúan demostrando a quien o a quienes sirven, no existe una resolución enmarcada en el derecho y con intención de hacer justicia; no, para nada, únicamente evitar que los grupos de presión, con menos posibilidades de palancas de cualquier tipo, puedan obtener un mínimo triunfo, nada de eso. La continuidad permanente del dinosaurio para que continúe ejerciendo el peso de la dominación, la persistencia de seguir en el desbalance social, el mensaje que acá, mandan los que siempre han mandado y nadie más puede osar a buscar un cambio.

Los togados dormirán en paz, han cumplido con quienes deciden en este país. Ellos seguirán llenándose la boca de justicia, pero en el vacío. A los togados les faltó vergüenza, se les acabó la dignidad y, paradójicamente, también la conciencia.

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