Eduardo Villatoro

Hace 15 días publiqué un artículo en el que agradecía a todas las personas que se unieron en oración para rogarle al Creador por la salud de mi mujer que durante más de 40 días estuvo internada en el hospital Aurora Health Care, en el estado norteamericano de Wisconsin, después de sufrir un grave accidente en el cráneo que le provocó un peligroso coma; pero que gracias a Dios y al personal médico y paramédico de ese centro hospitalario pudo superar y luego retornamos a Guatemala, con instrucciones de los especialistas que debería proseguir su tratamiento aquí de inmediato.

Previamente, sostuve reuniones con médicos, terapistas y funcionarios administrativos en conjunto, para ponerme al tanto de diferentes aspectos sobre el proceso de recuperación de Magnolia y en la última sesión, después que semanas antes les dije que mi intención era que ella fuera recibida en el Hospital de Accidentes del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social Ceibal, uno de los especialistas del Aurora Health Care comentó a grandes rasgos que a raíz de lo que yo les había dicho, les complacía que mi compañera de vida fuera atendida en este sanatorio porque habían indagado y establecido que es el mejor hospital público y privado de toda Centroamérica en el área de Traumatología y enfermedades conexas, que cuenta con el instrumental apropiado; dispone de especialistas, entre médicos, cirujanos, enfermeras y terapistas de primera categoría; magníficas condiciones estructurales e higiénicas, en fin, que estaban convencidos de que la paciente recibiría el mejor de los tratamientos, cuidados y atenciones, como efectivamente está sucediendo.

En privado, otro de los médicos se refirió que también estaban al tanto del proyecto planteado por la actual administración del IGSS, específicamente su presidente Juan de Dios Rodríguez, en torno a la construcción de la “Ciudad de la Salud”, agregando que es un plan muy ambicioso porque también aquellos especialistas se enteraron de las condiciones de otros hospitales del IGSS, de la sobrepoblación de enfermos, la carencia de espacios y la necesidad de contratar más personal médico y paramédico, y por eso inicialmente tenían dudas de que Magnolia no fuera debidamente atendida, hasta que averiguaron las características del hospital Ceibal, aspectos que yo confirmé por haber visitado a amigos y parientes que allí han sido internados.

La ocasión es propicia, aunque no llegue a conocimiento de los que citaré, para agradecer a los especialistas norteamericanos Michael P. Kefer, Thomas M. Derrig, Dennis F. Zagrodnik, Joel D. Harris y Micael A. Bergom. Uno de ellos comentó que en el Aurora Health Care se interesaban en entablar comunicación periódica con el mencionado hospital del IGSS.

También expreso mi reconocimiento a los doctores Arturo García Aquino, director del Ceibal; Sergio Estupinián, subdirector; Walter Forno, jefe del Departamento de Cirugía; David Hernández, jefe del Departamento de Traumatología; a los internistas Marco Antonio Félix y Juan José del Cid, sin dejar de manifestar mi gratitud al personal paramédico de la Unidad de Cuidados Intensivos, donde estuvo recluida mi cónyuge durante dos semanas; a las enfermeras del área de encamamiento, en la que prosigue su recuperación, y a las trabajadoras sociales.

Reitero mi agradecimiento al doctor Andrew Beykovsky, el neurocirujano del Aurora Health Care, reconocido y prestigioso médico de ascendencia checa, quien encabezó al equipo de especialistas y que habla perfectamente español con modismos chapines, como ya lo comenté, porque vivió una temporada en Guatemala.

(Cierto fumador empedernido, amigo del enfermero Romualdo Tishudo le confía: -Vengo de una clínica de la zona 10 donde te quitan las ganas de fumar -¡Pero si estás fumando! -Sí; pero sin ganas).

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