Adolfo Mazariegos
Deseo comenzar estas líneas diciendo que siempre le he apostado a la educación, tan necesaria y urgente para un país como Guatemala. Y en ese orden de ideas, releí un artículo sumamente interesante publicado hace poco más de un año, acerca de la cantidad de libros que son publicados anualmente en Islandia. Según el artículo, (escrito por Rosie Goldsmith y publicado por BBC Mundo el 13/10/2013), en Islandia una de cada diez personas publica un libro, lo cual es un dato por demás interesante, sobre todo si tomamos en consideración que dicho país cuenta con aproximadamente 300 mil habitantes. No obstante, lo que llama la atención y no deja de parecerme altamente gratificante, es saber que Islandia promueve (con incentivos económicos del Estado, inclusive) la tarea de escribir, editar y publicar libros, promueve la traducción a otros idiomas de obras de sus autores, apoya las ferias de libros y tiene, además, programas relacionados a la literatura en los centros de enseñanza (…) Traigo a colación este artículo, a propósito de uno que publicó hace pocos días nuestro Premio Nacional de Literatura Gerardo Guinea Diez, uno de los más reconocidos escritores y editores con que cuenta Guatemala. Él hablaba de la labor que por 20 años ha llevado a cabo la editorial que dirige ―Magna Terra editores― a la cual se refería (muy acertadamente, aunque pueda sonar nostálgico y no falto de cierto romanticismo) como «La casa habitada», nada más acertado para una editorial por la que suelen desfilar infinidad de autores, personajes e historias. Esto me ha obligado a reflexionar en lo arduo y titánico que resulta publicar un libro en Guatemala, un país en donde una gran cantidad de fabulosos autores envejecen y mueren sin la satisfacción de ver publicada alguna de sus obras; un país en donde los editores deben acercarse al Congreso de la República para solicitar que se institucionalice el apoyo a la Feria del Libro (como si no existiese una Comisión de Cultura o un Ministerio de Cultura que, por obligación constitucional, debieran encargarse de esos menesteres sin necesidad de que los editores independientes con los que, por fortuna contamos en el país, se los tengan que ir a solicitar (véase: Artículo 59 de la Constitución Política de la República, entre otros); un país en donde los adultos no leen porque el deficiente sistema educativo nunca se los motivó de niños; un país que cuenta con un Premio Nobel de Literatura (Miguel Ángel Asturias, favor no confundir con Efraín Recinos) pero cuyos índices de analfabetismo siguen siendo altos; un país con gran necesidad de bibliotecas públicas (entre otras cosas), pero afortunadamente con gente que no desmaya en su labor de seguir luchando por los libros, tan importantes para la educación de Guatemala (necesaria, muy necesaria). Por ello, sirvan estas líneas como sencillo reconocimiento a la labor de Magna Terra, F&G, Catafixia, Vueltegato, Hispabook, Piedrasanta, y todas las editoriales y editores independientes que no alcanzamos a mencionar aquí y que siguen luchando por Guatemala y los libros.