Ricardo Rosales Román
\ Carlos Gonzáles \

Para algunos lectores, los columnistas de opinión no tendríamos por qué escribir sobre cuestiones personales o familiares, de lo que pasa en el hogar, el cariño y amor que se tiene a quienes están cerca de uno, lo que se admira de ellos, sus éxitos y avances, sus traspiés y dificultades, su capacidad y voluntad para salir adelante, además de lo que es posible cultivar entre los amigos de siempre y la camaradería con compañeros de anhelos, sueños e ideales, con quienes se coincide en la lucha, propósitos y objetivos.

Quien escribe sobre cuestiones políticas, sociales, culturales e institucionales y acerca de la situación nacional e internacional, tiene sentimientos y afectos: no tiene por qué no compartirlos, ni dejar de alegrarse por lo que logran los suyos y los demás o indignarse y protestar ante cualquier ofensa o agravio, atropello o injusticia.

Con muy raras excepciones, al lector de las columnas de opinión no le interesa lo que el articulista escriba acerca de lo que recuerda de su niñez y de su infancia, de la alegría de poder celebrar un año más de vida, del primer juguete que se tiene memoria, de sus afectos y sentimientos, y que –después de 80 años, tal es mi caso–, se tenga el entusiasmo y decisión de poder continuar lo que se emprendió en los años de juventud. Lo más seguro es que quien así nos lee, opte por darle vuelta a la hoja y busque lo que más le interesa.

Dicho la anterior, paso a lo siguiente. Después de seis semanas de que publiqué mi más reciente columna, retorno a este quehacer en un día particularmente especial para Ana María y para mí, para Espartaco y para Lupita.

Hoy, nuestro tercer nieto, José Miguel, está cumpliendo diez años. Su vivacidad, inteligencia y simpatía que irradia, lo personaliza e identifica. Le queremos entrañablemente, tanto como a nuestra primera nieta, a nuestro segundo nieto y a nuestra lindísima biznieta. Él nos lo compensa con lo que hace, lo que estudia, lo que nos pregunta, lo que le interesa que le contemos y cómo nos dice lo que piensa.

Es también motivo de satisfacción que José Ernesto, nuestro segundo nieto y segundo hijo de Pedro y Arelis, haya culminado sus estudios de bachillerato en Ciencias y Letras, que el pasado 24 de octubre le hayan hecho entrega del diploma que lo acredita como tal y se apreste a continuar estudios como alumno universitario.

Es esta, entonces, una ocasión propicia para congratularnos de que lo que los abuelos han tratado de hacer y logrado, en medio de difíciles y duras pruebas, tiene continuidad en lo que diariamente hacen Pedro y Espartaco, en lo que en adelante se proponen alcanzar, y en José Ernesto y José Miguel que, junto a Laurita y a Eli, resumen –para nosotros–, la dicha de saber que lo que se ha hecho y logrado, le da sentido a la vida y razón de ser a la lucha, a lo que se aspira, se propone y se logra alcanzar.
Con sobrada razón y sabiduría, Carlos Marx dijo que nada de lo humano le es ajeno. Es esta la conducta a asumir tanto ante lo que sucede en el entorno inmediato como ante lo que esté aconteciendo en otras partes.
Muy cerca de nosotros, en México, es mucha la indignación, ira, dolor, sufrimiento, angustia y desesperación a compartir con los familiares y compañeros y compañeras de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa (Guerrero) y con la mayoría de mexicanos y mexicanas que con indignación ven cómo con inimaginable barbaridad e impunidad se les apresa y desaparece, y –después de 54 días–, nada se sabe de ellos y se intente falsear lo que en realidad parece haber sucedido.

“El devenir histórico está marcado por la incertidumbre –dice Alejandro Nadal en su columna de hoy– y será necesario analizar cuidadosamente la situación para innovar responsablemente a cada paso del camino”. (La Jornada, México, DF, miércoles 19 de noviembre de 2014).

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