Nos hemos convertido en el país que hace fracasar las grandes ideas y en donde los proyectos que deberían ser la oportunidad para hacer los grandes cambios que necesitamos, siempre fallan porque termina imponiéndose el desorden general que facilita el control del que se benefician los mismos de siempre.

Y para no irnos tan lejos, empecemos por la apertura democrática que suponía la entrega del poder soberano al pueblo para que dentro de un sistema nuevo de participación, los partidos políticos pudieran hacer sus planteamientos para convencer a una ciudadanía que estaba urgida de encontrar soluciones a un Estado mal diseñado, secuestrado por cúpulas de poder. El resultado fue la institucionalización de la corrupción, el secuestro absoluto del sistema y la única transformación que se vivió es la de los partidos políticos que pasaron a ser empresas de mercadeo y la de una democracia que pasó a ser pistocracia porque todo es en torno a dinero para ganar elecciones en lugar de la capacidad de gobernar.

Podemos seguir con la firma de los Acuerdos de Paz, en los que un planteamiento formal para darle paso al país hacia la ruta de la conciliación, encontrar las vías de la justicia y del desarrollo, fue bloqueado de tal manera que casi a dos décadas seguimos sin siquiera haber derrotado la polarización y los problemas sociales, la inequidad, corrupción e impunidad han seguido peor que antes. Somos una sociedad con cese al fuego, pero que no logró la paz. Y dentro de esto se debe recordar el experimento de Minugua que, justo con las mismas excusas ideológicas que se siguen utilizando al día, no tuvo ni pena ni gloria.

Desde aquellos días nos han venido reformas fiscales en cada gobierno para apagar sus incendios financieros pero no para resolver de raíz el problema de un Estado raquítico por la falta de una política tributaria seria y justa que se suma a un gasto que no tiene calidad y que es permisible con la corrupción.

Junto a ello, el debilitamiento del Estado en todas sus instituciones de control. La Contraloría General de Cuentas se volvió una entidad que no castiga sino que avala con su silencio; las postuladoras en lugar de garantizar la balanza y la venda de la justicia, la quieren prostituir para que siga siendo una revoltosa dominada; y del Congreso, ¿qué más se puede decir que no se haya dicho ya?

Pero lo peor de todo es que la misma sociedad ha aceptado fallar en su papel de pedir más y no someterse a estos métodos que parecen por accidente pero que son planificados. Es momento de detener los fracasos y de empezar a construir una nación con claridad.

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