Luis Fernández Molina

Por epónimo se entiende la utilización de un nombre propio (apellido) para designar un lugar geográfico, un descubrimiento, invento, proceso, sistema, enfermedad, etc. En otras palabras son nombres particulares que exceden, que rebalsan a las personas y transmigran al punto que es común hacer caso omiso de la persona original. La etimología del término es “epi onomos”, esto es “sobre el nombre”. En otras palabras la persona histórica quedó atrás, pero permanece su nombre. Repasar algunos epónimos es como hacer un brevísimo recorrido por el altar de los logros humanos.

Los epónimos más comunes son geográficos, entre ellos el más conspicuo aunque con sombras de duda, es América, por Américo Vespucio. En esa misma línea están Washington, Lincoln, Balboa, Benito Juárez, Guerrero, Morelos, Quintana Roo, Barrios, Cincinnati, Sucre e innumerables santos. Existen derivaciones de nombres como Virginia por la reina Isabel I, que se autocalificaba de reina virgen, Georgia por el rey Jorge I, Lousiana por el rey Luis XIV de Francia, Carolina por el rey Carlos I, Maryland por la reina María de Inglaterra. Igualmente las Filipinas por Felipe II, islas Marianas, el monte Everest o la corriente de Humboldt.

Dejando de lado la toponimia, inicio el breve recorrido, acaso para apartarlos de una vez, aquellos epónimos a cuya mera mención temblamos. En algunos casos se anticipa el síndrome o enfermedad, en otros casos basta con el nombre. Entre estos últimos están Alzheimer, Guillain Barre, Asperger, Parkinson, Down, Addison, Whipple, Raynaud, Chagas, Hamman-RIch, Marfan, Meniere, todos ellos corresponden al apellido del científico que profundizó esos males.

Las ciencias son campo propicio para los epónimos. Destaca claramente don Isaac Newton y sus famosas leyes. Pero están también las leyes de Hooke, Boyle, Guy Lussac, Kiachoff, Mendel, Descartes. Hay referencias históricas como Julio César que derivó en César, Czar, Kaiser.

Igualmente quedaron inmortalizadas como expresiones independientes las unidades con los apellidos Celsius, Farenheit, Halley, Mercali, Richter, Tesla, Volta, Watt, Bell, Amperio (Amper). Siempre en el ámbito científico muchos elementos químicos corresponden a variantes de apellidos, entre ellos el meiterio (Meitner), mendelevio (Meitner), laurino (Mendel), einstenio (Einstein), borio (Bohr), atirium (Otto Hahn).

En los movimientos políticos, religiosos o ideológicos distinguimos a Arriano, Nestorio, Lutero, Calvino, Marxs, Lenin, Darwin, y en premios se identifican por sí mismos los Nobel, Pulitzer, Jules Rimet, Roland Garros, el Cervantes.

En cuanto a los comportamientos humanos están maquiavélico, sádico, mesmerizar, lombrosiano, kafkiano, dantesco, malthusiano, keynesiano, tayloriano, freudiano.

En las actividades comerciales son más obvios los epónimos porque los impone su creador como en la mayoría de marcas de vehículos: Ford (Henry), Chevrolet (Louis), Honda (Soichiro), Lombarghini (Ferucio), Peugot (Armand), Porsche (Ferry), Lancia (Vicenzo), Citroen (André), Opel (Adam), Ferrari (Enzo), Renault (Louise), Toyota (Kiichiro Toyoda), Maserati (hermanos Maserati), Alfa Romeo (Nicola Romeo), o en armas: Kalishnikov, Glock, Colt, Winchester, Molotov.

Se imponen igualmente los nombres en otras áreas mercantiles: McDonald (Dick), Disney (Walter), Heineken, Dow Jones, J.C. Penny, Du Pont, J.P. Morgan, Casio (Tadao Kashio), Calvin Klein, Gucci, Carolina Herrera; aquí la lista es interminable.

Algunos epónimos son curiosos como Sandwich por lord Sandwich que pedía su comida en medio de panes para no distraer su tiempo de juegos de azar; Chauvinismo por el soldado Chauvin que veneraba a Napoleón; Baby Ruth hija del presidente Cleveland; Teddy Bear por Theodore Roosevelt. Y todos llevamos en el cuerpo los epónimos de Aquiles, los hombres la nuez de Adán y las mujeres el de Falopio.

Termino con un epónimo que siempre provoca buenas sensaciones: Dom Perignon.

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