Javier Estrada Tobar
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Con escaso apoyo social y como blanco de múltiples críticas, estudiantes normalistas y padres de familia protestaron en 2012 contra las reformas a la carrera magisterial que impulsó el Ministerio de Educación, para obligar a los futuros maestros a extender su preparación de tres a cinco años. Sin embargo, hoy, transcurridos dos años desde la aplicación de las reformas, los argumentos de los manifestantes tienen más sentido que antes.
Existen evidencias suficientes para demostrar que la reforma del Magisterio es un fiasco. El primer punto es la falta de certeza sobre el presupuesto. Recientemente el rector de la Universidad de San Carlos (Usac), Carlos Alvarado Cerezo, tuvo que acudir al Congreso para garantizar recursos en la casa de estudios, que de momento es el único centro de enseñanza habilitado para la formación de maestros.
No se entiende cómo el Director de la Escuela de Formación de Profesores de la Usac asegura que “todo está listo” para recibir a los bachilleres en educación que se convertirán maestros, cuando el Rector se ve obligado a solicitar a los diputados el presupuesto que constitucionalmente le corresponde a la universidad estatal. Esto solo nos indica que en el futuro, el factor económico será una herramienta de presión en el tema magisterial.
El segundo aspecto es la tecnología. Como se evidenció recientemente en un reportaje de La Hora Departamental, los centros educativos del sector público, incluyendo los institutos normalistas, no están capacitando como se debe a los bachilleres en las nuevas tecnologías de la información y comunicación.
“De acuerdo con información del Ministerio de Educación, de 32 mil escuelas e institutos públicos registrados en el país, solo mil 651 tienen laboratorios de computación y de estos, 193 cuentan con conectividad a internet, lo cual representa una clara desventaja para los estudiantes, por las exigencias educativas y laborales en la actualidad”, señala el reportaje “Mineduc: solo el 5% de escuelas e institutos cuenta con tecnología”.
El tercer punto, y no menos importante, es la exagerada “condescendencia” del Gobierno y el Ministerio de Educación con líderes sindicales que solo exigen aumentos salariales, pero que no garantizan una mejor preparación de los jóvenes; esto implica que los profesores a cargo de la formación de los bachilleres en educación serán “los mismos de siempre”, y eso no garantiza una mejoría en la enseñanza.
Estos tres factores son los que, a mi juicio, encaminan la reforma magisterial hacia el fracaso, aunque en realidad cualquier posibilidad de éxito se enterró cuando se amplió a cinco años la formación de maestros, lo que hizo del Magisterio una carrera totalmente inviable para cualquier estudiante de una familia guatemalteca de clase media.
La difícil situación que afrontan las familias hace imperativo que los jóvenes trabajen a temprana edad y por eso una carrera de cinco años es totalmente inviable; además, es importante hacer ver que acudir a la universidad obligará a muchos estudiantes a desplazarse todos los días desde sus comunidades hasta los centros urbanos donde tiene presencia la Usac.
Este fiasco no es una casualidad y tiene responsables. Por eso, como dijo el Presidente recientemente, un aplauso bien merecido para la Ministra y todo su equipo.