Pablo Ramírez

Los animales del bosque y la ciudad:
Hace algunos años, asistí como representante de la Universidad al acto de investidura de la nueva alcaldía indígena de San Antonio Nejapa. Los comités de vecinos, el Consejo Comunitario de Desarrollo, los alcaldes auxiliares y toda autoridad del lugar acordaron retomar esa instancia dejada en desuso décadas atrás. Era una expresión de recuperación identitaria, indígena, que se estaba replicando en todo el país; en los cuatro puntos cardinales se estaban reconstituyendo estas figuras de autoridad. A la actividad fue invitado el gobernador departamental, representante del presidente constitucional en la región. Citadino que contrastaba en altura y color de piel con el resto de los invitados a la actividad. Los discursos de las autoridades locales centraban su atención en puntualizar que todos los habitantes de ese territorio kakchiquel estaban de acuerdo en delegar la función de máxima autoridad a la alcaldía indígena. Momento seguido le dieron la palabra al señor gobernador, quien subió al estrado confiado, seguro de sí mismo, con ese tipo de confianza que tiene un dejo de superioridad. Quizá esa primera impresión sobre el gobernador fuera motivada por mis prejuicios. Su escueto discurso fue muy evidente: “es un gusto y motivo de placer para las autoridades de este país, que sus habitantes se organicen, la participación ciudadana es fundamental para el logro del progreso que tanto anhelamos y que es el objetivo principal del gobierno del señor Presidente y la Primera Dama, hoy quiero felicitar a los habitantes de Nejapa por su nueva…. su nueva… (leyó un papelito que llevaba en la mano)… su nueva alcaldía indígena. Es de reconocer este esfuerzo y los animamos a llevarlo adelante con todo el amor patrio posible, siempre es motivo de alegría que en las comunidades se organicen estos grupos indígenas para que puedan cuidar bien a los animalitos del bosque, felicitaciones nuevamente y muchas gracias.” Bajó del estrado, satisfecho por su magnanimidad y elocuente sapiencia.

Ni el mejor de todos:
Había viajado como la estrella del equipo nacional de gimnasia. Los Juegos Panamericanos en Santo Domingo habían convocado la mayor cantidad de deportistas en la historia de la práctica olímpica en el continente. África Cordón llegaba como una de las favoritas para ganar en uno o dos aparatos del ciclo de la gimnasia y tenía verdaderas posibilidades en el all around. Nacida en el departamento de Jutiapa, creció y entrenó la mayor parte de su vida en dos escenarios: Ciudad de Guatemala y México DF. Su padre era accionista menor en una creciente empresa de telefonía. Había tenido todo el apoyo moral y económico para desarrollar sus capacidades. Pudo haber sido gimnasta, médica o violinista, siempre de las mejores. Dos días antes del inicio de los juegos sufrió fuertes dolores en el vientre, ingresó de emergencia en el hospital nacional de la ciudad caribeña casi desmayada. En el sistema médico de aquel país había alerta naranja para atender cualquier eventualidad relacionada con los Juegos Panamericanos y ella llegaba como la primera manifestación de eventos imprevisibles en cualquier evento que convoca a masas de deportistas, artistas y público. Salió de su momentánea inconsciencia y se halló en  una de las salas de emergencia, la enfermera le dijo que el mejor doctor de la Dominicana estaba por llegar y eso le alivió el espíritu por un largo y sereno instante.  Apareció un apuesto doctor moreno, quien con una sonrisa amplia la saludó y le tomó el ritmo de las pulsaciones. Sintió desmayarse de nuevo, mas no por las complicaciones de salud; un súbito impulso descontrolado le hizo retirar su mano de la del doctor. A mí no me toca ningún negro, gritó con imprevista desesperación. El doctor no entendió la reacción y asumió el incidente como un delirio propio de la fiebre y la presión arterial alta de la paciente. Colocó su mano en la frente de África quien frenética se levantó de la camilla, repitió autómata la frase previa y salió caminando por la puerta de la sala de aquel moderno hospital. Los juegos se realizaron, África ganó dos medallas, una dorada y la otra de bronce, regresó triunfante a su país. En el mejor y más exclusivo hospital de Ciudad de Guatemala, un doctor con acento teutón le anunció que sería la campeona mamá de gemelos en un término de siete meses. Dos criaturas bienvenidas a este mundo para enseñarles que no todos somos iguales.

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