Eduardo Blandón

En el ajedrez político nunca se ha dejado de mover las piezas. Hay momentos de espera, pero no es modorra, es el turno de cada jugador que se toma su tiempo. Es un juego perverso que trasciende la simple victoria.  Los participantes creen tener controlado el juego, pero no cuentan con la pericia de los adversarios, el cálculo y la emboscada.

Mi amigo, el colega que se inicia en la política, me cuenta inocente que el cuadro ya está trazado.  “Tenemos organizaciones de base, un partido fuerte, un líder astuto y suficiente fuentes de financiamiento”.  Vamos hacia la victoria, concluye.  Pienso en el ajedrez, en los zorros de la estrategia y siento lástima por el novicio político.

Portillo, por ejemplo, pienso, vendrá a echar por el suelo la mesa y las piezas de los presuntos zorros de la política.  Lo saben algunos.  Pérez Molina es uno de ellos.  Recientemente declaró que Alfonso puede regresar tranquilo porque, que nadie lo olvide, “esta es su casa” (Guatemala es su patria amada).  Una perlita para ver si la pesca.

Con el expresidente de regreso el juego volverá al lugar de siempre.  Cinco o diez años atrás, con protagonistas nuevos, pero con una pléyade de segundones conocidos.  Los mismos pícaros del Congreso y los emergentes de siempre, oportunistas en busca de empleo y sobrevivencia.  Con discursos retocados, pero fundamentalmente la misma historia.

¿Qué pagamos los guatemaltecos para padecer este cáncer político que nos carcome y amenaza de muerte?  Los intelectuales no ayudan.  Los pocos que hay suspiran por el regreso del delincuente.  Lee mucho, dicen, es un erudito, cinéfilo como ninguno.  O sea, sólo él (Portillo) puede sacar al país de la ruina.   En serio, ¿no cree que estamos mal?
Por otro lado están los corruptos del actual gobierno, los candidatos insulsos, los saqueadores virtuales que están próximos en tomar posesión.  Ellos jugando ajedrez y nosotros viéndolos, ineptos, pasivos, mirando al cielo esperando el maná que no llega ni llegará nunca.

Artículo anteriorAlgunas funciones de la empatía
Artículo siguienteEntre Platón y Maquiavelo