Dra. Ana Cristina Morales

Este artículo se basa en una de las publicaciones de los anales de psicología de la Universidad Autónoma de Madrid. En el cual se hace énfasis en la dificultad de conceptualización de la empatía y sus aplicaciones prácticas.
La empatía es importante en el estudio de la conducta humana y su análisis es de interés tanto para la psicopatología como en el estudio de la conducta prosocial. Existe discusión acerca de la conceptualización del término, algunos autores solamente reconocen la empatía desde lo cognitivo, otros desde el campo afectivo y por último existen quienes tratan de integrar lo cognitivo, afectivo y conductual. La disputa reside sobre si la empatía consiste en “ponerse mentalmente en el lugar de otro” o si de manera contraria en “sentir la emoción de forma vicaria”.
Los estudios enfocados en la visión cognitiva de la empatía encontraron que se manejaba mayor ansiedad cuando uno se imaginaba a sí mismo ante determinada situación que al imaginarse a otra persona. En la primera instancia se asociaba al surgimiento de ansiedad. Existen datos que el componente cognitivo de la empatía, la toma de perspectiva, se relaciona inversamente con el nivel de agresividad. Los autores de la visión cognitiva de la empatía, consideran que esta consiste fundamentalmente en la adopción de la perspectiva cognitiva del otro.
Pero a finales de los años 60, se inicia a darle mayor importancia al componente afectivo que al cognitivo, definiéndola como un afecto compartido o sentimiento vicario. Se describe la empatía como una respuesta emocional vicaria, que se experimenta ante las experiencias emocionales ajenas, es decir, sentir lo que la otra persona siente. En la actualidad una de las definiciones más aceptadas de empatía es la de Davis (1996): “Conjunto de constructos que incluyen los procesos de ponerse en el lugar del otro y respuestas afectivas y no afectivas”. Desde los años 90, se aborda el estudio de ella desde la perspectiva de la inteligencia emocional.
Existe una perspectiva neuropsicológica en donde la corteza prefrontal parece la principal área implicada en el procesamiento de la empatía y la regulación del procesamiento empático. Con el descubrimiento de las neuronas espejo en 1990, los científicos han considerado que estas neuronas son las que nos permiten interpretar el comportamiento de otras personas.
Desde la perspectiva de género Hoffman (1977) encontró que las mujeres tendían a puntuar más alto que los hombres en la empatía afectiva, pero no así en la cognitiva. En la clínica se pueden mencionaras algunos trastornos psiquiátricos en los cuales la carencia de empatía se encuentra entre sus criterios diagnósticos: Dentro del espectro autista, el síndrome de asperger, al cual, también se le ha denominado “trastorno de empatía”. Observándose como una de las manifestaciones más moderadas del autismo, y quienes lo padecen poseen respuestas sociales y emocionales poco apropiadas que les dificulta su interrelación personal.
El déficit de empatía se torna importante en algunos trastornos de la personalidad, específicamente en el trastorno esquizoide del grupo A, así como en los trastornos del grupo B, o grupo emocional (fundamentalmente, en el trastorno narcisista, antisocial y límite). Siendo más estudiada la relación de la empatía con el trastorno de personalidad antisocial o con la psicopatía. Existiendo la correlación de que bajos niveles de estrés empático se asocian con problemas de conducta; y la correlación significativa e inversa que existe entre empatía y agresión. Pacientes con esquizofrenia también se han observado con déficit en empatía tanto cognitiva como afectiva.
Se considera que el estado emocional de la persona que empatiza tiene influencia sobre el desarrollo del proceso empático. Por ejemplo personas que se sientan felices demuestran mayor empatía, mientras que las personas depresivas se centran más en sus propias necesidades.

Artículo anteriorLecciones de racismo
Artículo siguienteJuego perverso