Juan de Dios Rojas

De nuestros antepasados oímos decir en tertulias amenas y de calidad educativa que la ciudad capital expandía su territorio veloz. A punto de enrolar a la Villa de Guadalupe en sus linderos, además San Pedro Las Huertas, Ciudad Vieja, Jocotenango de mayor nombradía. Y otros restantes, de mayor o menor cuantía, que conforman hoy en día, una urbe en condición de avance.

Por esas razones, al igual que factores diversos, cuya sumatoria viene a ser verdaderas contingencias, las que con criterios sólidos concluyen en empecinamientos originados por intereses de sobra conocidos, pero siempre bajo las mangas y capirotes de los poderosos siempre en búsqueda de acumular más y mejor enriquecimiento del todo ostensible y dominante sin duda.

Si en aquel entonces proferían a menudo dichas expresiones los predecesores nuestros, en el presente el asunto conforma un auténtico rompecabezas, difícil de tener solución fácil. Digo lo anterior en vista que es un atrevimiento rimbombante el hecho de concluir así por así, llenarnos la boca cuando afirmamos muy ufanos que conocemos toda la metrópoli chapina.

El permanente caso, imposible de evitar, consistente en satisfacer el «sueño capitalino» constituye una de las causas evidentes de abstenernos con apego a la verdad, de conocer toda la capital en vías de crecimiento veloz, en desmedro de territorios que en un pasado casi reciente, perteneció a jurisdicciones municipales, o bien pertenecientes a personas jurídicas.

Y para variar, caemos sin explicaciones, tampoco fundamentos transitorios en imitar, digan lo que digan, a modo de sustento, en copiar nombres extravagantes que recogen expresiones extranjeras, con el propósito de estar siempre subidos en el carro de la modernidad, según gustos de añadirse al aludido modernismo. No nos toman de sorpresa, eso sí, dejan amargo sabor.

A título personal y en condición de adulto mayor aclaro categóricamente el hecho sintomático de no ser de mi conocimiento un número considerable de colonias, cantones y «ciudades”, entre otros términos de ostensible imitación. No significa ir contra la corriente, tampoco rechazar denominaciones de actualidad, puesto que están en su derecho y nadie lo va a restringir.

Son el resultado de la marcha inflexible del tiempo, acorde con características de la época que vivimos. Sin embargo, cosas contradictorias de la precariedad económica que pasamos la mayoría que pierde capacidades cada vez mayores. Empero, a todos nos consta que el dinero circula como por arte de magia, razón por la cual solían enantes decir sin duda, «tiene pisto la gente».

Disgregaciones, o como quieran los lectores llamarlos, en conclusión definitiva, pavonearnos al decir que conocemos la metrópoli como la palma de la mano dista de ser verdad evidente. O significa seguramente ser semejante a los personajes de don José Milla y Vidaurre en su leída obra, los famosos Cuadros de Costumbres, fiel retrato del ícono Juan Chapín y compañía.

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