Martín Banús
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Las religiones, creadas por los hombres, no han unido a los hombres. Por el contrario, han servido casi siempre de excusa para separarlos, asesinarlos, conquistarlos, someterlos, explotarlos y/o dividirlos.
No es de extrañar que en nombre de Dios, los hombres hayan pretendido y continúen pretendiendo justificar cualquier abuso o ambición terrena, pues después de todo, ¿quién contra “la voluntad de Dios” y lo que interpreten y permiten en silencio los más altos prelados y líderes religiosos?
Sí; cada vez que ha aparecido en la historia, un iluminado sobrenatural, como en el caso de aquellos a los que suele llamarse redentores, mesías, profetas, etc., se congregan a su alrededor, un grupo de hombres que imbuidos por su prédica, luego de su muerte asumen la responsabilidad de guardar su memoria y su mensaje redentor por considerarlo determinante e indescriptiblemente trascendental e importante para la salvación de los hombres de ese tiempo y de los tiempos futuros.
Con ese fin, se organizan inspirados y guiados supuestamente por fuerzas superiores, -para fundar óigase bien, ellos los hombres y no aquel que los inspiró-, la nueva religión que “religará” sus almas con el absoluto, y salvará por siempre a todos los demás semejantes, que además de obedientes son dogmatizados en su fe, garantizándoles así en el más allá, beber de ríos de leche y miel…
Sientan las bases, definen sus templos y se alían al poder político de turno para ser reconocidos y ya no perseguidos, aunque ello implique contaminar irreversiblemente aquel mensaje puro y de lógica trascendida, que después ya no lo será más…
Definen sus mandamientos, sus sacramentos, sus rituales y sus jerarquías; sus atavíos, sus letanías y sus supersticiones. También establecen, -ellos los hombres-, las prohibiciones y claro está, comprenden lo útil que resulta vender indulgencias a precios muy cómodos, con enganche fraccionado y a plazos…
Con el tiempo crean limbos y toda una sarta de juicios que luego desmentirán, y crearán así prejuicios con los que envilecerán, -paradójicamente-, aquel mensaje liberador que dicen preservar de toda esa misma porquería decadente que ellos mismos están creando. O sea, todo un círculo religiosamente vicioso. Luego dominarán a las sociedades, no sin antes quemar los libros de los disidentes a quienes finalmente someterán al suplicio mientras ruegan por su alma, pero eso sí, todo ello en el nombre de aquel que quizás los arengó para que fueran a “enseñar” a todos…
Algo siete veces muy perverso y oculto en la naturaleza de los hombres, nos empuja al mal, siempre con alguna “justificación” y supuesto noble fin. La matanza de infieles, de herejes, de indígenas, de ateos, de moros, de judíos o palestinos, siempre la pretenderán excusar en nombre del dios del agresor, de la justicia o de la religión fundada por los ancestros y patriarcas. ¡Pero eso es pura hipocresía!
Creerán quizás, que el tiempo hará que todo se olvide, más no sólo se equivocan, pues por el contrario el tiempo remarca tales acontecimientos, sino que además recibirán lo que han dado y lo que en su momento se disfrazó de una falsa “obligación sagrada” o “divina”, “ofrenda”, un acto de coherencia con las escrituras, un sacrificio al supremo, -así lo confirma la historia-, se les volteará para su desgracia y perdón.
Nunca en la historia de la humanidad ha habido, como lo hay hoy, tanta relación y tanto conocimiento por parte de tanta gente, sobre las demás religiones y sin embargo sigue revistiéndose la guerra de “santa”, de “justa”, de “sagrada”, “de reivindicatoria”, etc. La fundamentalista y fanática intransigencia, así como la absoluta incoherencia con aquel mensaje redentor, persiste en pleno siglo XXI. ¡Hipócritas!
Sin saberlo, quienes se postran hipócritamente ante aquel a quien alzan ofrendas, inciensos y salutaciones, manifiestan también su particular naturaleza de “místicos” perversos, pues omiten declararse en contra de cualquier iniciativa que lleve al derramamiento de sangre inocente. Como si eso fuera poco, esos mismos líderes religiosos se oponen a que la borreguil y dormida “feligresía” o “hermandad”, despierte del sueño mundano y se inicie en el liberador trabajo esotérico presente en el mensaje original de todos aquellos iluminados e inspiradores de todas las religiones.
A quienes se mantienen estoicamente en el bien y se ven a sí mismos en el otro, indistintamente de su religión, credo, fe o raza, que el Dios Universal, el Único e Inconmensurable, el Anciano de los días, el Gran Arquitecto del Universo, Jehová, Alá, aquel cuyo nombre es Innombrable, ¡no importa! Aquel al que todos los creyentes le oramos y pedimos desde el corazón, los proteja y bendiga siempre.