René Arturo Villegas Lara

Y por eso noviembre es un mes puro, porque fuera de ser limpio, los últimos goterones se encargaron de limpiar las hojas de los bosques con sus árboles y arbustos, que lucen limpias sus hojas, para cuando llegue nuestro otoño simulado. Diciembre es un tanto distinto porque se dicen muchas cosas que no son ciertas, quizá falsas. Por eso me gusta más el mes de noviembre. Y entonces, como en octubre “terminaba la escuela”, sólo recibíamos el certificado en donde el profesor, el director y el inspector técnico daban fe que habíamos “ganado el grado” y a buscar las palmas de coco para preparar el barrilete que surcaría el cielo azul y celeste de mi pueblo, agarraría por las cuevas de Güilón, saludaría a las lavanderas de los chorros de Uchapí y, si el hilo alcanzaba, era capaz de llegar hasta la cima del Tecuamburro y transmitirnos el frío de su arista y de su población densa de altos y viejos pinos. Y los campos se llenan de muchas flores amarillas, margaritones de diversos tamaños cubre toda la superficie de los campos y hasta los alrededores del cementerio se llenan de esa flor que se conoce como “flor de muerto”, no por la humilde elegancia de sus pequeños pétalos, sino por el olor desagradable de sus hojas; vienen y nacen también los ramilletes de florecilla blancas, como guirnaldas, que llaman Flor de Concepción, colgándose de los arbustos que todavía muestran la lozanía que les dejó el aguacero del Día de los Santos. Y de repente, sin mayores anuncios, brotan los quiebracajetes, incluyendo las innumerables campanillas que tanto aprecias los que tienen vacas, porque es buena comida para el ganado y produce buena leche, sobre todo cuando del pasto sólo va quedando el pelillo. Quiebracajetes rosados, blancos, anaranjados y los de morado intenso adornan las enredaderas con incontables botones y cada flor muestra su belleza por la mañana, cierra sus pétalos por la tarde y cuando el sol se esconde, ya termino su existencia. Así es el mes de noviembre en mi pueblo y la gente adelanta las posadas para vivir en una sola parranda hasta el 6 de enero próximo, cuando todos nos iremos al Barrio de Arriba, a la Cofradía del Niño de Belén, a la casa de don Miguel García, el Cofrade Mayor, que sabe cómo se organiza el Baile del Sombrerón, al son de una marimba sencilla. Así era vivo el mes de noviembre, aunque sea en el recuerdo.

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