Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Los movimientos más radicales han pretendido que la Iglesia acepte como matrimonio la unión entre personas de un mismo sexo que tienen preferencia por el homosexualismo; más generalizada ha sido la expresión que pretende cambiar la postura de la Iglesia respecto al divorcio y la excomunión que se aplica a quienes, divorciados, vuelven a contraer matrimonio. Y es que de hecho la misma Iglesia modificó radicalmente su postura cuando generalizaron la práctica de la anulación de matrimonios que, en muchos casos, se aplica con criterio muy selectivo a favor de personas con capacidad económica para “sufragar los gastos” de un prolongado proceso que obliga a fuertes erogaciones.

Por el otro lado están los grupos más conservadores de la Iglesia que se oponen al menor signo de apertura o de reforma en cuanto a la postura tajante que ha mantenido la Curia vaticana respecto a esos problemas tan comunes en la sociedad actual. Grupos que consideran que debe haber cero tolerancia hacia el homosexualismo y hacia los homosexuales, de la misma manera que expresan su escándalo cuando en alguna parroquia se ha tenido una postura más comprensiva hacia parejas de divorciados.

No cabe duda que la postura más cómoda para la Iglesia sería la de no hacer nada, de continuar con las cosas como están. Pero es evidente que el Papa Francisco no es el tipo de clérigo que se ordenó para entretener la nigua ni para acomodarse. Desde sus tiempos de obispo en Argentina se acostumbró a enfrentar los temas polémicos y lo hizo con entereza, misma que ha mostrado a lo largo de sus años como Pontífice de la Iglesia y de esa cuenta la mera convocatoria a los obispos del mundo para un Sínodo sobre la Familia era ya un hito porque planteaba el valor de las decisiones colegiadas frente a la tradición de que siendo el Papa infalible, es su voz y no la de los obispos la que al final de cuentas importa.

Y en su primer documento, cuando todavía están a mitad de la primera jornada del Sínodo, los obispos han mostrado su intención de avanzar hacia un justo medio, reconociendo como punto de partida esencial, el necesario respeto a la dignidad de todos los seres humanos, independientemente de sus preferencias sexuales y entendiendo la importancia que tiene el poderse acompañar por otras personas con iguales inclinaciones. No se reconoce ni admite como matrimonio la unión entre homosexuales, pero entiende que “hay casos en que el apoyo mutuo… constituye un valioso soporte para la vida en parejas.”

En el caso de los divorciados expresan una actitud de tolerancia y comprensión que, sin abrir la puerta de par en par, les permite la práctica de su fe cristiana en forma plena.

Un justo medio que, por cierto, dejará inconformes a tirios y troyanos, pero que constituye la postura más racional y la más difícil de encontrar.

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