Eduardo Villatoro
Cuando el entonces alcalde Leonel Ponciano (+) inauguró los trabajos de extensión de la Calzada San Juan, de El Rodeo al puente El Caminero, siendo yo reportero de El Imparcial le sugerí que aprovechara las circunstancias para expropiar 30 metros a lo largo de esa arteria, en ambos sentidos, para que posteriormente pudieran ensancharla. Oyó con desdén mi comentario. Repuso que sería absurdo en vista del poco tránsito de vehículos que allí circulaba. Vea los atascos en esa calzada
Al publicar un reportaje sobre el déficit habitacional, entrevisté al presidente del Instituto Nacional de la Vivienda después de visitar las colonias Justo Rufino Barrios y Primero de Julio. Le pregunté al funcionario por qué habían edificado una especie de colmenares porque los callejones de ambas lotificaciones solo permitían el paso de bicicletas y motos.
Respondió que los adjudicatarios de esas colonias era “gente muy pobre”. Agregué que en su momento esas personas o sus hijos iban a progresar y contarían con automóviles. Dio por concluida la entrevista.
A varios ministros de Comunicaciones les indiqué que los puentes construidos sobre dos o tres ríos en la carretera del Pacífico eran arrasados por las crecidas pluviales casi cada invierno, porque las bases de esas obras eran colocadas a orillas de los cursos de agua, y que según mi empírica opinión deberían erigirse a unos 40 metros de distancia de ambos lados del cauce normal. Uno de esos funcionarios decidió tomar esa medida (por supuesto que no por atender mi criterio), y de esa cuenta esos puentes ya no fueron destruidos por las riadas invernales.
Relaté esos incidentes sin ninguna presunción, sino para apoyar mi posición que durante años he expuesto, en lo que atañe que el Estado, la sociedad civil y la población en general deberían reacomodar sus conductas respecto a adoptar resoluciones y medidas para prevenir los efectos del calentamiento global, pero ninguno de los gobernantes ni los ministros del Ambiente que se han sucedido consideraron que el cambio climático haría estragos en nuestro vulnerable territorio, como ya está ocurriendo, y no es hasta ahora que el Gobierno adopta tibias, lentas, tardías resoluciones para paliar ese fenómeno cuyas consecuencias las sufrirán nuestros descendientes.
Como me cansé de publicar artículos al respecto, de rogar a autoridades y de decirle al guatemalteco de a pie que aportara su cuota de responsabilidad, cesé de escribir acerca de este tema que a casi nadie interesa.
(El frustrado reportero ecologista Romualdo Tishudo murmura: -A veces quisiera irme a la chingada; pero luego recuerdo que allá está toda la gente que me cae mal… y desisto).