Sinceramente, no estamos en momentos en que llevar a un menor al pleno del Congreso de la República sea motivo de orgullo. Mucha vergüenza debería generarle a cualquiera que le digan que se ha ganado el derecho a ser tratado como estos señores que a pura plata compran su liderazgo ficticio, los puestos en los listados de candidatos y hacen sus negocios por la distribución del mapa geográfico de obras o votando de alguna manera específica.

Cómo se extrañan aquellos tiempos en que se podía seguir una discusión en el pleno legislativo porque era una demostración de talento, de identificación ideológica y de demostración del fuerte compromiso para hacer país. Cómo no recordar al verbo de la liberación y al de la revolución, José García Bauer y Manuel Galich, que llegaban a utilizar la tribuna parlamentaria como el método político de construir nación.

Nos preguntamos cuándo se inició esa decaída del Congreso de la República y terminamos resignándonos a entender que es parte del mercantilismo político que domina nuestros partidos y de la ideología monetaria con la que se mueven los liderazgos en nuestro país.

No hay lealtad a un proyecto de nación, porque no existe proyecto de nación. La única lealtad que mantienen los diputados es con hacer plata porque, al fin y al cabo, para eso hacen su inversión al pagar por el puesto en el que son colocados en los listados de diputados.

Entendemos que hay diputados que siempre han dicho que son distintos y que no es correcto que se les meta en el mismo canasto que a los padres de la pena. A esos representantes les pedimos que se imaginen qué hubieran dicho Galich y García Bauer si sus compañeros en esa radical mayoría usan Pacures disfrazados, impulsan listados de magistrados para secuestrar la justicia o pactan alrededor de obras y bonos. Porque una reacción como la de aquellos, sería conveniente en un momento en que los principios de ser legislador se fueron a la basura.

Por favor, si hay algún respeto por los niños, no los motiven a ser como ustedes. Pobrecitos, esos niños sí que no saben lo que hacen.

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