Raúl Molina

Los gobiernos revolucionarios de Guatemala no tomaron “medidas comunistas”. Pero sí eran medidas de soberanía –determinadas por los intereses nacionales—y de no alineamiento internacional, cuando aún NOAL no existía. Guatemala se convertía en un mal ejemplo para la región. Si los ricos y “criollos” nacionales y el imperio no podían dictar la conducta de este pequeño país, era incierto qué pasaría con sus intereses en un país de mayor peso. La UFCO fue gravitante; pero EE. UU. hubiese intervenido en Guatemala, con o sin bananeras. Tampoco fue decisivo lo hecho por Árbenz para defenderse; el imperio arrasa aunque cueste decenas de miles de vidas ajenas (preocupan vidas estadounidenses solamente). Sólo la metodología sufre modificaciones, como ocurrió después en Cuba, la República Dominicana, Chile, Granada, Nicaragua, Panamá, Venezuela, Honduras y Paraguay. Guatemala fue laboratorio, como puede leerse en los planes sucesivos de la CIA: PB “Fortune” (tropas mercenarias en Nicaragua); PB “K” (matar a Árbenz y otros 57 revolucionarios guatemaltecos); y PB “Success” para derrocar a Árbenz.
Esta operación tuvo éxito, al combinar “guerra psicológica”; invasión militar; estrangulamiento diplomático y militar; y compra de voluntades del ejército y partidos políticos. Life y el New York Times lanzaron propaganda que acusaba a Guatemala de ser “cabeza de playa del comunismo”. La Iglesia Católica ordenó las acusaciones desde púlpitos de iglesia y aulas escolares y prestó la imagen del Señor de Esquipulas para ser “comandante” de la “liberación”. La conferencia de la OEA sentó al Estado guatemalteco en el banquillo de los acusados y se bloqueó la actuación de las Naciones Unidas. Se impidió que Guatemala tuviera acceso a armamento moderno, mientras que EE. UU. acumulaba armas para la contrarrevolución. Militarmente, EE. UU. logró lo mínimo. Una fuerza invasora ingresó por Chiquimula; pero fue detenida en Zacapa por fuerzas leales. Esto se sumó, eso sí, a la “guerra psicológica” y al cabildeo secreto de la Embajada. La Radio que se creía en la montaña –originalmente en Miami y al final en la Embajada—daba la impresión de gran fuerza militar, cuya expresión en la capital eran los “sulfatos” proporcionados y piloteados por la CIA. El toque final fue la búsqueda de traidores. Parte del entorno de Árbenz manipuló su renuncia, con la promesa del Embajador Peurifoy de preservar la Revolución de 1944 si el Presidente y cercanos colaboradores se retiraban. ¡Un claro engaño! (continuará)

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