María José Cabrera
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En el campo de las ciencias sociales, hay múltiples teorías y abordajes académicos para explicar la violencia sacrificial, para René Girard por ejemplo, los procesos de linchamiento y conflicto son en múltiples ocasiones “violencia que, para algunas sociedades, se convierte en la necesidad de buscar culpables para restablecer un orden sagrado”. Foucault de otra manera nos hablaría sugestivamente sobre el papel que tienen las relaciones de poder en la violencia comunitaria, con lo que inferimos que para él, el impune asalto a una familia no es otra cosa más que el desesperado intento de un grupo antagónico que quiere someter al “otro” por medio de dispositivos disciplinarios y soberanos en un territorio que ellos consideran “suyo” y que no obstante, para ellos, fue utilizado deslealmente para satisfacer los intereses de una empresa.
Vender una propiedad privada, que para algunos podría considerarse “sagrada” pero que es privada en fin, podría ser entendido como una posible profanación a la soberanía territorial de las comunidades en Los Pajoques, pero en una República hecha y derecha como aspiraría ser la de Guatemala, debiese respetarse como un verdadero Estado de Derecho, en donde la propiedad privada está protegida por un orden constitucional.
Ante el triste desenlace de estos pobladores masacrados, solo podemos ver la indolencia en primer lugar de la población, quienes ven con indiferencia la vida de los demás, como si se despreciara la vida misma, como si la vida o la muerte de los seres humanos se convirtiera únicamente en una estadística. En segundo lugar, se sigue haciendo evidente la ausencia del Estado que jamás ha podido garantizar la seguridad de los pobladores, antes ni durante el suceso violento.
Como algo fundamental (y fundamentalmente triste) continúa la ideologización de la problemática guatemalteca; el regreso de las voces que exclaman “comunistas”, “terroristas” y los del otro lado que condenan a la empresa y parecieran estar en contra del progreso económico vociferando “capitalistas opresores”. Ni una ni otra resuelve la terrible conflictividad que persiste en muchas comunidades similares a Los Pajoques. Es más, facilitan la remembranza de aquellos días de conflicto civil que parecen ser inagotables por elección propia.
Como ciudadanos consternados, debemos preguntarnos ¿en dónde está la visión estratégica del Estado, y por qué toda esta conflictividad no ha logrado resolverse durante todos estos años? Ahora bien, sin duda alguna, los ahora fallecidos, debemos estar seguros que no profanaron absolutamente nada al vender sus tierras, pues bajo el contrato social, debemos respetar las decisiones individuales con respecto a la propiedad privada; y si en caso existiese una preocupación de intereses colectivos, se debe resolver en el marco de un entendimiento civilizado y humano.